jueves, 13 de enero de 2011

LA CUESTA DE ENERO


LA CUESTA DE ENERO
Ya es tradicional que al finalizar cada año, como es el caso, se generalice la frase “ahora viene la cuesta de enero”. Es la forma popular de manifestar las dificultades económicas que se han de afrontar tras los excesos realizados con motivo de la celebración de las fiestas navideñas y de fin de año. Siendo enero pues un mes difícil, no es menos cierto que también es un mes de esperanza, de nuevos proyectos e ilusiones para realizar en el nuevo año. Psicológicamente, diciembre siempre es pasado, y enero, futuro; atrás queda todo lo malo del año que agoniza y en el horizonte se vislumbra todo lo bueno que se espera del año que comienza. Por ello la “cuesta de enero”, en definitiva, se suele convertir en un trampolín hacia un futuro mejor, en un pequeño bache para saldar los excesos transitorios a los que también tenemos derecho y con propósito de enmienda afrontar un futuro de esperanza. Sin embargo, la cuesta de este enero de 2011, para la inmensa mayoría de los ciudadanos (las minorías acomodadas no entienden de cuestas), se va a convertir en un tremendo terraplén difícil de salvar, después de recorrer todo un año, el 2010, en cuesta permanente de un desnivel cada vez más pronunciado. A casi cinco millones de parados, con escasas perspectivas de encontrar trabajo y agotando el periodo de prestación por desempleo, les quitan hasta la esperanza de prolongar su agonía con la retirada de los subsidios posteriores; a algunos millones más de pensionistas les congelan sus pensiones o no les garantizan su nivel de consumo; a miles de funcionarios les reducen el sueldo; a otros tantos autónomos les cortan las vías de financiación para seguir manteniendo su actividad, corriendo el riesgo de engrosar las filas de los que ya cesaron sin percibir ningún tipo de prestación o subsidio; y, a los millones de trabajadores por cuenta ajena les condenan a trabajar más pero cobrando menos y, encima, dando gracias de que su empresa no cierre o haga un ajuste de plantillas. ¿No conforman entre todos éstos la inmensa mayoría de la población? Además, todo ello, ha de afrontarse en un contexto de subida de impuestos, de encarecimiento de precios, de recortes o eliminación de servicios sociales, de dificultad de las condiciones de jubilación y de suavización de las del despido.
Siendo lo anterior dramático, lo agrava aún más que dichas medidas las tome un gobierno que se dice socialista, generando un plus de desilusión infinita en todos aquellos que, en su día, confiaron en el programa electoral ofertado para conseguir, precisamente, todo lo contrario del resultado obtenido. Un gobierno que, a lo largo de estos años, no ha querido o no ha sabido ver los primeros síntomas de la crisis que se avecinaba y, en consecuencia, no sólo no ha adoptado paulatinamente las medidas necesarias para suavizarla –como han venido haciendo otros gobiernos-, sino que ha preferido prolongar con un discurso fácil –e incluso acrecentarlo- el falso sueño de una realidad idílica que nada tenía que ver con el negro abismo en el que progresivamente muchas gentes iban cayendo. Un gobierno que, finalmente desbordado por la tozuda realidad e impotente para seguir manteniendo su falso discurso, da un giro radical y, de golpe y porrazo, decide transmutar el sueño en una verdadera pesadilla. Ahora resulta que sí hay crisis –negada hasta hace poco-, que los que la anunciaban no son antipatriotas sino realistas, que es muy grave –no sólo una recesión-, que salir de ella será tarde y difícil –cinco años, no el siguiente trimestre-, que la van a pagar los trabajadores –sí a los recortes sociales, no a mantenerlos todos-, y que suben los impuestos y los precios. Un giro global e instantáneo sin asumir la más mínima responsabilidad gubernamental –la responsable es la crisis y los gobiernos anteriores, nunca los de ZP-, ni siquiera la de reconocer sus manifiestos errores en la previsión de los problemas y su tardanza en afrontarlos, yendo a remolque de los acontecimientos y dando bandazos hasta convertir las soluciones en medidas traumáticas.
            Pero, a pesar de todo, lo imperdonable no es lo que el gobierno ha hecho, sino cómo lo ha hecho. No tenía ninguna necesidad, para afrontar la crisis, de matar de repente las ilusiones y esperanzas de tantos millones de ciudadanos; simplemente le hubiera bastado con gobernar día a día con los pies en el suelo, explicando las sucesivas dificultades y tomando las medidas necesarias para ir superándolas. Todos las hubieran entendido, todos las hubieran ido aceptando y la mayoría le seguiría apoyando con más o menos entusiasmo; ahora no se sentirían defraudados y engañados por un gobierno a la deriva en el que ya no confían y al que ya no sienten como suyo. Un gobierno que les ha robado de forma clandestina hasta la tradicional “cuesta de enero” al despojarla de la necesaria dosis de ilusión y esperanza para afrontar las dificultades de los excesos transitorios cometidos, sencillamente porque demasiada gente ni siquiera ha podido permitírselos; su preocupación esencial es cómo conseguir el milagro de llegar a fin de mes en un país que, según el propio gobierno, estaba hace bien poco en las mejores condiciones para superar pronto la crisis ya que había superado a la mismísima Italia y estaba a punto de alcanzar a Francia.

                                   Fdo. Jorge Cremades Sena

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