jueves, 24 de marzo de 2011

GUERRAS MALAS Y BUENAS

            Cualquier persona medianamente sensata y honesta entiende y defiende que la guerra, cualquier guerra, es intrínsecamente perversa pues supone el fracaso del entendimiento con la intención de imponer el triunfo de la fuerza sobre la razón, de la violencia sobre la paz y de la opresión sobre la libertad. Sólo desde la insensatez y la deshonestidad, junto a una buena dosis de hipocresía, se puede defender la existencia de guerras malas y buenas para justificar el rechazo o apoyo a las mismas y la participación o no en ellas. Máxime si dicha justificación, en uno u otro sentido, la hacen personas dedicadas a la política y de forma oportunista, según estén gobernando o en la oposición, lo que añade un plus de incoherencia e irresponsabilidad. Ni los españoles tenemos que estar avergonzados por participar en la guerra de Irak, ni orgullosos por hacerlo en la de Libia; dos conflictos con bastantes similitudes. Lo que sí ha de preocuparnos es que algunos dirigentes políticos así nos lo quieran hacer ver entre el aplauso incomprensible o el indecente silencio de sus seguidores de piñón fijo. Dirigentes y seguidores que, bajo el grito de “no a la guerra”, tacharon de asesino a Aznar por intervenir en Irak y ahora aplauden a Zapatero por hacerlo en Libia cambiando cínicamente su ingenuo o falso discurso pacifista que ningún gobernante con los pies en el suelo puede sostener a ultranza en un mundo globalizado y dominado por intereses económicos. Es más honesto reconocer que, desgraciadamente, las guerras existen y, a veces, es inevitable participar en ellas por diversas cuestiones (seguridad, solidaridad con tus aliados, defensa de derechos humanos, intereses económicos, etc) sin que ello te convierta en un peligroso asesino.
            Desde esta perspectiva cabe preguntarse ¿por qué fue perverso intervenir en Irak y benéfico hacerlo en Libia? ¿No han masacrado a sus respectivos pueblos sus respectivos dictadores? ¿Es que la vida de un iraquí vale menos que la de un libio o es el petróleo el que tiene distinto valor? Es indecente utilizar dos varas diferentes de medir para valorar actuaciones similares y justificarlo por razones simplemente formales. Es hipócrita ocultar a la opinión pública los verdaderos motivos que, en uno y otro caso, sustentan la intervención. Tanto monta, monta tanto Gadafi como Sadam. Ambos tienen un historial abominable de terror a sus espaldas; ambos, en distintos periodos, fueron denostados o apoyados por la “democrática” civilización occidental y por las distintas organizaciones internacionales; ambos se saltaron a la torera diferentes resoluciones de la ONU mientras los gobernantes que la integran miraban hacia otro lado; y ambos tienen grandes cantidades de petróleo que necesitan los países desarrollados, entre ellos, el nuestro. En definitiva, ambos son un producto consolidado a imagen y semejanza de nuestros intereses económicos y estratégicos. Basarse en la resolución de la ONU –que jamás se opuso a la intervención en Irak y la apoyó “a posteriori”- para dar visos de legalidad a la intervención en Libia y justificar la no intervención en Irak es sencillamente deplorable. No existen guerras legales o ilegales; menos aún si el certificado de la garantía de legalidad ha de emitirlo una trasnochada organización, antidemocrática e inoperante, que está al servicio de los intereses de las potencias mundiales con derecho a veto, cuyos aliados, como nosotros, somos simples marionetas movidas a su antojo. Esta es la triste realidad que deja lo que debiera ser el fondo de la cuestión –la defensa de los derechos humanos- como una mera receta estética para que algunos incluso puedan lavar sus podridas conciencias.
            A pesar de todo y así las cosas, guste o no, bienvenida sea la intervención –tanto en Libia como en Irak- si con ello, de momento, se pone freno a la barbarie que sufren ambos pueblos –y otros muchos en los que jamás se interviene- a manos de aquellos que, hasta hace bien poco, eran amigos de quienes ahora les condenan y atacan. Bienvenida la intervención aunque la liberación de dichos pueblos no sea el motor que les mueve a intervenir. Las fotos de las Azores y las de los distintos gobernantes democráticos con estos dictadores son, al fin y al cabo, las dos caras de una misma moneda, ambas forman parte de la misma farsa. La ilusionada imagen del pueblo libio en la plaza de Bengasi, acosado por las armas de Gadafi –compradas a sus ahora enemigos- mientras cómodamente los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU discutían la concesión o no del certificado de calidad de la intervención, es el patético reflejo de cómo se ven las cosas desde ambas orillas. Desde la nuestra incluso algunos podrán permitirse el lujo de seguir declarándose pacifistas. ¡Qué bien, la guerra es legal! La coartada es perfecta. También es legal comerciar con el déspota Gadafi, seguir llenando sus arcas para que pueda seguir comprando nuestras armas –y nosotros su petróleo-, incluso mientras bombardeamos su territorio. No hay que descuidar el negocio ni un solo instante. “La pela es la pela” que diría un catalán. Sin embargo ¿cómo verán nuestra actuación, tanto libios como iraquíes, desde la otra orilla? ¿La verán como buena y legal o como mala e ilegal? No me refería a la intervención en las respectivas guerras sino a mirar para otro lado y colaborar con el opresor de turno durante tanto tiempo. Los españoles –al menos los de cierta edad- tenemos la respuesta fácil, sólo hemos de responder a una pregunta más fácil todavía: ¿cómo lo vimos nosotros cuando estuvimos en la otra orilla?

                                   Fdo. Jorge Cremades Sena

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