Cuando
probablemente tarde, aunque más vale tarde que nunca, se asume y se evidencia
que España no puede salir por sí misma del abismo en que sus irresponsables
gobernantes la han metido, necesitando un préstamo de hasta 100.000 millones de
euros sólo para sanear el sistema financiero, la respuesta de nuestros
dirigentes políticos, su gran preocupación, es hacer un debate semántico que
defina con precisión si se trata de un rescate, ayuda, línea de crédito o vaya
usted a saber qué, así como precisar si lo ha impuesto la UE al gobierno o
viceversa. Nada sorprendente, pues, desde hace tiempo, nos confunden con sus
precisiones lingüísticas, al extremo de que aún no sabemos si lo que vienen
practicando en los presupuestos, tanto el gobierno anterior como éste, son
ajustes, recortes o reformas, pues semánticamente dicha terminología depende de
la posición política (gobierno-oposición) del usuario y no de las relaciones
entre significado y significante. Y mientras tan interesante debate enriquece
nuestro léxico y el bolsillo de algunos, se van empobreciendo los bolsillos de
la mayoría en proporción directa al deterioro de nuestra economía. Una vez más
los intereses generales quedan supeditados al interés político-partidista,
consustancial a la partitocracia vigente.
La realidad es que España es el cuarto país intervenido de la eurozona.
Asunto que se intuía desde que Zapatero, negando la crisis, claudicara en 2010
a su programa populista, inaugurando la política de recortes sociales, y que se
confirmó cuando Rajoy expuso y asumió la cruda realidad económica nada más
ganar las elecciones, lo que, de entrada, era positivo ya que la posible
solución del problema pasa inevitablemente por reconocer que el problema
existe. Obviamente, algún tipo de intervención era cuestión de tiempo, pues un
país en caída libre, campeón del paro, empobrecido progresivamente y en plena
recesión económica es incapaz “per se” de aguantar “in aeternum” las presiones
especulativo-financieras internacionales en una economía globalizada y
exageradamente competitiva. Bien dice el común que “a perro flaco todo son
pulgas”. Y la intervención ha llegado finalmente. Es baladí lamentarse ahora de
lo que pudo haber sido y no fue. Pero, siendo cierto que algunos países
adoptaron medidas preventivas en tiempo y forma para afrontar la crisis
internacional que se avecinaba, siendo cierto que nosotros, entre otros,
hicimos justo lo contrario, lo prioritario ahora es analizar con realismo el
presente para afrontar un futuro difícil de la mejor forma posible. Aunque
también es cierto que la caótica situación que padecemos no surge por
generación espontánea y, por tanto, tiene responsables con nombre y apellidos,
quienes han de ser identificados para que asuman sus culpas, tanto civiles como
penales, y las paguen, como el pueblo está pagando con creces las consecuencias
de las gestiones irresponsables o delictivas de quienes consideraban que la
deuda pública es de todos pero el dinero público de nadie. Sólo así cobrará
sentido el sacrificio popular.
Por todo ello, es inadecuado un debate baladí entre gobierno y oposición
con finalidad propagandística, cuando lo adecuado, urgente y necesario es un
consenso para evitar el deterioro progresivo del euro, asunto que pasa, entre
otras cuestiones, por detener la caída libre de la economía española, que no se
consigue con eufemismos, exabruptos o debates estériles, sino con la búsqueda
de soluciones, asumidas por todos, que optimicen al máximo los escasos
recursos. Ya perdimos demasiado tiempo y ahora no podemos permitirnos el lujo
de demorar ni un segundo más el cambio de rumbo. Todos sabemos que nadie da
nada gratis y, por tanto, al margen del nombre que se le quiera dar, la
intervención supone esfuerzos añadidos, pero, al tratarse de una intervención
parcial, es una oportunidad aprovechable, si se gestiona bien, para evitar un
rescate global de la economía como ha sucedido en Grecia, Irlanda o Portugal.
De momento, cuando aún se está negociando las condiciones del préstamo, nadie
se fía de nosotros, sigue subiendo la prima de riesgo y nuestra deuda soberana
se sitúa en los límites de los bonos-basura. ¿Hay otra fórmula para conseguir
financiación? Está claro que no es momento de elucubraciones mentales, sino de
propuestas urgentes consensuadas que hagan creíble nuestra voluntad y nuestra
capacidad para poner orden y seriedad en la gestión pública presente, así como
de exigir las pertinentes responsabilidades a quienes lo hicieron desordenada y
frívolamente en el pasado. Es la única forma de hacer creíble nuestro futuro
tanto fuera como dentro de nuestras fronteras. Pero el espectáculo que gobierno
y oposición están protagonizando al respecto favorece precisamente todo lo
contrario, sin entender que la realidad es muy tozuda y que, antes o después,
se verán obligados a rectificar. El riesgo es que, si lo hacen demasiado tarde,
será inevitable el rescate global, cuando ahora aún pueden evitarlo; aunque sea
tarde, vale la pena intentarlo, pues “más vale tarde que nunca”.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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