jueves, 4 de octubre de 2012

ASÍ NOS VA


            Visualizando imágenes de la intentona de asalto el Congreso de Diputados, del debate de Política General en el Parlamento catalán y de las comparecencias en la comisión de investigación de los EREs del Parlamento andaluz, coincidentes en estos últimos días, y, sobre todo, escuchando debates posteriores al respecto, protagonizados por políticos y tertulianos en diversos medios informativos, he llegado a la conclusión de que todo lo que nos está sucediendo nos lo merecemos. Aunque sean tres episodios puntuales, coincidentes en el tiempo, reflejan una realidad que de forma progresiva se ha instalado en nuestra peculiar forma de entender la democracia y, por tanto, la libertad como un ejercicio de tolerancia, cuando no de comprensión, a la desobediencia civil, al desacato institucional y a la corrupción política, entre otras figuras delictivas. En definitiva, a considerar la ilegalidad como derecho de libertad y, por ende, su persecución como ejercicio de represión dictatorial. Justo todo lo contrario de lo que sucede en los demás estados democráticos consolidados.
            En cualquiera de ellos sería ilegal una manifestación convocada para ocupar el Parlamento (exigiendo por “ordeno y mando”, la disolución de las Cortes, la dimisión del Gobierno y de la Jefatura del Estado y la convocatoria de elecciones constituyentes) y, en caso de producirse, sería reprimida de forma contundente por las fuerzas de orden público, que para eso están. Aquí, no sólo se legalizan dichas convocatorias, sino que, además, cuando las autoridades pertinentes crean un dispositivo disuasorio para evitar la invasión de la Cámara, tan democráticos sujetos se permiten el lujo de saltarse las barreras de seguridad, insultar a los antidisturbios, agredirles con palos, piedras y otros objetos contundentes, obligando a las fuerzas de orden público (únicas con legitimidad democrática para usar la fuerza) a imponer el orden y la obediencia con métodos más o menos expeditivos para evitar males mayores. ¿Dónde se centra el debate posterior? En la actuación de la policía y no en la gravedad de los hechos que la han provocado. Así, quienes en el fondo plantean un golpe de estado civil aparecen como víctimas de una represión dictatorial. Los excesos de algunos asaltantes se convierten en anecdóticos (“siempre hay minorías violentas”) y los de algunos policías, en categóricos (“vuelven los grises”). Es obvio que lo deseable para los manifestantes y algunos tertulianos es que las fuerzas de orden público presentes (tan indignadas por los recortes como el resto de funcionarios) se pasasen a su lado. Así, el golpe casi hubiese tenido éxito.
             En cualquiera de ellos (centralista, federal, o confederal; de las autonomías, no, pues somos el único), si la máxima autoridad del Estado (en este caso el Sr. Mas) en una de sus instituciones territoriales ejerciese competencias que no le corresponden e ilegalmente las propusiese y mantuviese por encima de la autoridad competente según su legalidad democrática, éstas serían anuladas de inmediato, obligándole a rectificar su totalitario proceder o a una desautorización inmediata y, además, se enfrentaría al repudio contundente de la inmensa mayoría de los ciudadanos. Aquí simplemente se le recuerda por parte de la instancia superior (como si el sujeto no lo supiera) que su actuación no se ajusta a la legalidad vigente y que existen mecanismos para impedir que se lleve a cabo. ¿En qué se centra el debate posterior? En que no es el momento de plantear dicha ilegalidad pues lo prioritario es resolver la crisis, en que su pretensión (en este caso independentista) tiene o no viabilidad económica, en que hay que buscar fórmulas para desatascar el desencuentro… Todo, menos dejar bien claro que fuera de la Constitución no hay salida y sólo la voluntad mayoritaria del pueblo español, la soberanía popular, es quien tiene la última palabra y ésta reside en las Cortes Generales. Así de claro y contundente. Por el contrario, quienes agreden por desacato institucional aparecen como víctimas, mientras que los agresores son los que defienden el entramado institucional del estado con escrupuloso respeto. El desmantelamiento estatal está servido.
            En cualquiera de ellos, si los máximos responsables de administrar los fondos públicos (en este caso Chaves, Griñán y Magdalena Álvarez) de una institución estatal (en este caso de la Junta de Andalucía), ante la malversación de más de mil millones de euros, manifiestan en una comisión parlamentaria de investigación, que no sabían “nada de nada” y que se enteraron “por la prensa”, serían desautorizados por incompetentes o mentirosos e inhabilitados para ejercer cualquier responsabilidad política en el futuro, al margen de las posibles responsabilidades penales en que hubiesen incurrido. Aquí se les mantiene en activo ejerciendo altas responsabilidades políticas y partidarias. ¿En qué se centra el debate posterior? Como hay tantos temas de actualidad concurrentes, en algún comentario más o menos jocoso, para zanjarlo con el ya categórico “Y tú, más”, al fin y al cabo, ¿qué rebaño carece de ovejas negras?
            Que España es diferente, no hay duda. Y así nos va.
                                   Fdo. Jorge Cremades Sena

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