lunes, 3 de diciembre de 2012

YA NADA SERÁ IGUAL


            Al margen del resultado electoral en Cataluña que, tras el giro secesionista de CiU, pone de manifiesto la crisis de Estado que padecemos; al margen del varapalo que ha recibido Artur Mas; y, al margen del desenlace final de su aventura independentista que, tras su fiebre sentimental y utópica, requiere, en todo caso, grandes dosis de racionalidad y realismo por parte de todos, se abre un nuevo escenario, espero que democrático, en el que ya nada será igual en España, políticamente hablando. Si el nacionalismo fue el cáncer que destruyó Europa en el pasado, es obligado evitar que su metástasis destruya España en el presente y la mejor receta, sin lugar a dudas, es la democracia, antídoto perfecto frente al virus totalitario que genéticamente acompaña a cualquier nacionalismo. Pero la democracia no se garantiza porque un pueblo, en este caso el español, decidiera en su momento dotarse de un marco jurídico democrático; requiere además que las distintas instituciones y autoridades que lo conforman sean leales con la legalidad establecida, cumpliéndola y haciéndola cumplir de forma permanente. Es lo que, lamentablemente, ha fallado en nuestro país, especialmente en lo referente al desarrollo del título VIII de la Constitución. Sólo así se entiende que el anti-españolismo, después de tres décadas de democracia, supere hoy en determinados territorios al existente en la Transición y que, incluso, germinen brotes verdes del mismo en territorios donde no existía. Por tanto, es positivo que Artur Mas haya liquidado de un plumazo el tradicional nacionalismo catalán, quitándose la careta que ocultaba sus verdaderas intenciones independentistas, que superan incluso el planteamiento de sus mentores como Prat de la Riba o Francesc Macía, quien, como primer presidente de la Generalitat, proclamó unilateralmente la “República Catalana como Estado integrante de la Federación Ibérica” o su sucesor, Lluis Companys, al proclamar “el Estado Catalán dentro de la República Federal Española”. El órdago sin precedentes de Artur Mas requiere que, de una vez por todas, se acometa con todas las consecuencias, la reforma del caótico Estado Autonómico pues, a las pruebas me remito, nada puede ya, ni debe, seguir siendo igual, salvo que el objetivo sea la autodestrucción del Estado Español.
            Sin embargo, esta crisis de Estado, consecuencia de su propia negligencia, no se superará con un simple maquillaje para buscar acomodo ventajoso de Cataluña dentro del mismo; otros territorios exigirían idéntica reivindicación insolidaria haciendo inviable la existencia del propio Estado. Tampoco, haciendo oídos sordos al fracasado órdago masista para que salga indemne del berenjenal en que se ha y nos ha metido. Superar la crisis de este acéfalo y, s su vez, pluricefálico Estado Autonómico pseudofederalista, parecido a una hidra con diecisiete cabezas que pugnan por devorarse unas a otras, requiere de una segunda Transición, un nuevo pacto entre todos los españoles. Si el primero sirvió para salir de la dictadura nacionalista española, el segundo debe sacarnos de la devaluada democracia a causa de los nacionalismos periféricos, enfrentados, con más o menos éxito, hasta la saciedad de forma desleal contra el Estado del que forman parte, gracias a las ventajas que éste les otorga, incluso en la legislación electoral, y a la permisividad, cuando no complicidad, con sus actos antidemocráticos. Un pacto que, ante la inviabilidad de un estado unitario y la inoperancia de mantener el genuino estado autonómico tal cual, pasa, según algunos analistas, por crear un estado federal que evite procesos independentistas anacrónicos e inasumibles no sólo en España sino también en los demás estados que conforman la UE. Pero no hay que olvidar que el primer requisito del federalismo, normalmente entre entidades políticas soberanas, que no es el caso, requiere dejación de soberanía por parte de los estados federados a favor del Estado Federal resultante, mientras que aquí se pretende precisamente lo contrario. La cuestión es que la Historia de cada cual es la que es, por más que se quiera enmascarar.
            En cualquier caso, lo primero a tener en cuenta es que el problema de fondo no es el modelo de estado, sino la voluntad política por parte de todos de actuar con lealtad democrática, sometiéndose a sus reglas de juego y desautorizando a quien actúe al margen de las mismas. Así lo supusieron los constituyentes al diseñar el Título VIII de la Constitución para transformar el estado español, tradicionalmente unitario y centralista, en estado descentralizado de corte federalista, aún siendo “rara avis” en el proceder histórico de los estados existentes. Y no ha fallado el modelo, lo ha invalidado quienes, desde el inicio, lo han dinamitado sin ningún tipo de cortapisas incentivando y desarrollando políticas centrífugas e insolidarias, que esencialmente son impensables en cualquier tipo de estado y especialmente si es federal. Con estos planteamientos, hablar de federalismo o de cualquier otro modelo estatal es una gigantesca pantomima. Un estado democrático no es viable si apoya e incentiva políticas liberticidas que pretenden destruirlo con métodos ilegales, extorsionando las libertades que dicho estado garantiza. Es, sencillamente, una contradicción inasumible. Por tanto, lo primero que toca ahora es garantizar explícitamente que cualquier decisión tendente a superar la crisis de Estado se ajustará estrictamente a la legalidad vigente, es decir, la legalidad constitucional, que es la única legítima y democrática, desenmascarando y desautorizando a quienes apelan a una supuesta “legitimidad democrática” al margen de la anterior. La mejor forma de fortalecer la democracia es exigir que, en cada momento, cada palo aguante su vela. Las últimas declaraciones de Durán i Lleida en el sentido de mantener la reivindicación del famoso referéndum desde la legalidad es un buen inicio. Esperemos que tras ellas no existan nuevas caretas que ocultan la realidad. La liquidación del pseudonacionalismo constitucionalista de CiU para transformarse en independentismo, al menos, aclara a sus votantes y al resto de ciudadanos a lo que realmente estamos jugando. Es una opción tan legítima como cualquier otra, siempre que se desarrolle dentro de los cauces legales. Lo anterior era sustancialmente peor y más confuso. Por ello ya nada puede, ni debe, seguir siendo como hasta ahora.
                                    Fdo. Jorge Cremades Sena 

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