Un
informe bastante fiable pone en alerta a las autoridades de la UE. Dicho
informe revela un deterioro progresivo de la calidad del sistema democrático en
Europa, detectando importantes retrocesos en la lucha contra la corrupción, el
respeto a las minorías y a los derechos humanos. Encargado por el euro-grupo
socialdemócrata, el estudio pone cierto énfasis en las amenazas provenientes desde
la extrema derecha y un cierto descuido de las provenientes desde la extrema
izquierda, pero, en todo caso, concluye acertadamente que “la democracia no
puede darse por sentada, puede decirse que está amenazada”. De haber puesto
idéntico énfasis en ambas “extremas” la conclusión hubiese sido más alarmante
aún. Y no sólo en los países más recientemente incorporados a la UE, sino también
en las viejas democracias; no sólo en los países del sur o el este, sino
también en los del norte, el oeste y el centro. Por unas u otras causas se
constata de forma generalizada el incremento de agresiones a inmigrantes, de
rechazo a musulmanes, de euroescepticismo, de partidos de extrema derecha… que
están haciendo retroceder los valores que se fueron consolidando en los años
noventa.
Sin
pormenorizar en los detalles del estudio, basado en una combinación de más de
veinte indicadores muy diversos, agrupados en cinco campos (procesos
democráticos, incluida la corrupción; derechos fundamentales; respeto a las
minorías; ciudadanía activa, y capital social y político), Grecia y Hungría son
los estados peor paradas en calidad democrática (la irrupción del partido
neonazi griego Amanecer Dorado en su parlamento y el auge de la derecha
autoritaria húngara con 43 diputados y 3 en el parlamento europeo del partido
Jobbik de extrema derecha, vaticinan incluso más deterioro futuro). Pero el
auge de la extrema derecha (preñada de populismo, nacionalismo y xenofobia) no
se circunscribe sólo a estos dos países. La reciente entrada en el parlamento
sueco de Demócratas de Suecia, que se suma a las presencias parlamentarias en
Países Bajos, Dinamarca, Austria, Eslovaquia, Letonia, Bulgaria, Francia,
Finlandia… (por no añadir el haberse quedado a las puertas en Alemania, ni el
peculiar caos italiano), así como el éxito en las últimas elecciones europeas
obteniendo entre el 5% y el 10% de apoyos (Rumanía, Finlandia, Grecia, Francia,
Reino Unido y Eslovaquia) e incluso superando el 10% (Países Bajos, Bélgica,
Dinamarca, Hungría, Austria, Bulgaria e Italia), ponen en evidencia que el
totalitarismo derechista es una real amenaza en Europa. Si se añade el
variopinto movimiento antisistema (antiglobalización, anticapitalismo,
anticonformismo militante…) auspiciado a veces por grupos pacifistas
inconformistas (ecologistas, verdes…), pero utilizado y manipulado por grupos
violentos heterogéneos, que van desde la extrema izquierda (anarquistas,
comunistas…) a la extrema derecha (fascistas, neonazis…), proclives ambas a la
violencia urbana y a la acción directa de la fuerza, el panorama europeo es
sombrío en un ambiente de malestar colectivo causado por la crisis económica y
la creciente desconfianza en los esquemas clásicos en que se han basado las
llamadas “democracias occidentales”.
Se
precisa pues un revisionismo político regeneracionista en la vieja Europa para
superar los viejos esquemas de proyectos políticos basados en los cuatro
tópicos clásicos, ya desfasados, que diferencian las opciones políticas
democráticas entre la izquierda y la derecha. La globalización exige
planteamientos nuevos ante nuevos retos y nuevos obstáculos, al extremo de que
determinados asuntos (inmigración, derechos humanos, integración cultural,
terrorismo, drogas, delincuencia….) no pueden quedar como falsas armas
arrojadizas electorales, de unos u otros, para generar en la población mayor
desencanto, frustración y desconfianza en el momento en que se hace patente su
inviabilidad o inconveniencia de ponerlas en práctica al obtener el gobierno.
Baste como ejemplo, la decisión del gobierno socialista de Hollande de expulsar
de Francia a gitanos búlgaros o rumanos, desmantelando sus campamentos, con el
argumento de su nula voluntad de integrarse, convirtiéndose en focos de
delincuencia incontrolables. ¡Quién lo diría cuando en campaña electoral
calificaba las expulsiones como prácticas caprichosas e inhumanas del gobierno
de derechas de Sarkozy, asumiendo las perversas políticas de extrema derecha de
Le Pen! Si los desalojos eran entonces “inmorales e ilegales”, ¿por qué ahora
no lo son? Y así, tantos otros ejemplos, sobre otros tantos asuntos (islamismo,
“sin papeles”, libre circulación…) que, a todas luces, sería más sensato
afrontar (y más eficaz frente a los planteamientos xenófobos de partidos
totalitarios) mediante un consenso democrático generalizado, superador de opciones
de izquierda o derecha, sobre la integración de los inmigrantes, su regularización
y su control por parte de las instituciones, como la de cualquier otra persona
no inmigrada, justo para garantizarle, como al resto, sus derechos y exigirle
sus obligaciones sin agravios comparativos.
Es
urgente pues un papel más activo de la Comisión Europea para vigilar la calidad
democrática dentro de sus fronteras. Pero, como en otros tantos asuntos, ni la
UE tiene mecanismos al efecto, ni los estados miembros están dispuestos a
concedérselos, ni los partidos democráticos de Europa quieren renunciar al
privilegio demagógico de usar como propias cuestiones de sentido común con el
único objetivo de ganar elecciones para quedar después con el culo al aire. Una
frivolidad que puede traer graves consecuencias para la paz y la libertad en un
futuro más próximo de lo que algunos prefieren creer. Entretanto un nuevo
amanecer dorado para los totalitarismos, que en tales condiciones se mueven
como peces en el agua.
Fdo. Jorge Cremades Sena
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