A
medida que se acerca la fecha inaplazable (por parte de Junqueras) para
convocar el referéndum independentista en Cataluña se pone de manifiesto, entre
otros desacuerdos de mayor profundidad, algo tan elemental como una falta de
consenso entre sus promotores sobre qué pregunta plantearán al pueblo catalán
para que tome una decisión acertada e inequívoca al respecto. Supongo que esta
falta de consenso obedece a las múltiples posibilidades que se encierran bajo
el difuso y confuso eslogan del vago “derecho a decidir”, que ha servido de
base para aglutinar a casi todas las opciones políticas (autonomistas,
autonomistas con financiación singular, centralistas, federalistas simétricos o
asimétricos, confederalistas, independentistas de España pero no de la UE, de
España y de la UE, pancatalanistas… y vaya usted a saber cuántas más), pasando
por alto que tal derecho sólo está reconocido internacionalmente en una serie
de supuestos que no se dan en Cataluña, por lo que ejercerlo, imponiéndolo de
forma unilateral, acarrea graves consecuencias para los propios catalanes.
Pero, en fin, habiendo decidido ilegalmente el Parlament que, legal o
ilegalmente, el pueblo ejercerá ese derecho inexistente, no se trata ahora de
dispersar el voto con una pregunta con múltiples respuestas (tantas como las
opciones citadas), que añadirían más confusión a la ya innecesariamente
generada, ni tampoco se trata de simplificar genéricamente el voto en “independencia, sí o no” que,
según las últimas encuestas, daría un resultado muy igualado ante las
consecuencias graves de una decisión desacertada a causa de la desinformación
calculada al respecto.
Por
tanto, la pregunta escueta, sin más, de “¿Quiere la independencia de Cataluña?”
con la escueta respuesta de Sí o No, genera tantas dudas que, obviamente,
requiere una serie de aclaraciones o datos previos que la conviertan en
realmente segura y atractiva para la inmensa mayoría de catalanes. Algo así
como “¿Desea la independencia de Cataluña, si, aunque sea ilegal la decisión,
el resto de españoles y sus socios europeos, ya que nosotros no perteneceríamos
a la UE al no tener ningún tratado firmado, no mostraran hostilidad alguna ante
nuestra unilateral decisión y, por tanto, si nos exoneraran del pago de la
deuda que tenemos contraída cuando éramos España, que asumirá generosamente
nuestra parte; si nos siguieran comprando productos catalanes en idéntica
proporción que ahora (50% España y 30% la UE) sin establecer ningún arancel
como hacen con el resto de países terceros; si aceptaran nuestra nueva moneda
como propia de la eurozona; si nos garantizaran que las empresas multinacionales
no se deslocalizarían de la Cataluña ajena a la UE; si nos siguieran prestando
las ayudas comunitarias; si nos ayudaran a que nuestra banca y empresas
emblemáticas siguieran manteniendo el mismo volumen de negocio que tienen ahora
fuera de Cataluña para que no caiga el PIB catalán; si nos financiaran a pesar
de la pésima calificación de nuestras cuentas públicas; y si, en caso de que el
experimento no funcionase, a pesar de todos estos apoyos, o, simplemente, considerásemos
que sería más rentable adherirnos a la UE como cuando éramos parte de España,
nos garantizaran que nuestra solicitud sería recibida con los brazos abiertos,
al extremo de modificar los tratados para agilizar los complejos
procedimientos, incluso suprimiendo la actual unanimidad que se requiere para
el ingreso de un nuevo miembro por si algún estado tiene la tentación de
oponerse impidiendo nuestra entrada?”. Fácil decir sí o no a esta pregunta que,
aunque un poco larga, puede concitar un
amplio respaldo o rechazo popular, según la credibilidad que merezca al
electorado sus diferentes condicionantes.
Si además de todo lo
anterior se garantizara que, en caso de que en alguna de las provincias o
comarcas catalanas saliera un no rotundo a la independencia, les sería
reconocido el “derecho a decidir” frente al resto de catalanes, al igual que
ellos se lo reconocen a sí mismos frente al resto de españoles, la pregunta
sería casi perfecta, para que los catalanes decidieran con total conocimiento
de causa, sin correr riesgos innecesarios. Al margen de la credibilidad o no de
los condicionantes de la pregunta, a los electores sólo les quedaría una mínima
duda sobre el modelo del nuevo estado que, obviamente, sería una república,
pues no cabe pensar en una monarquía, si
tenemos en cuenta que Cataluña jamás fue Reino independiente a lo largo de toda
su historia, y, apelar a ésta, recurriendo a los viejos condados catalanes,
sometidos a los Condes de Barcelona (cuyo titular actual es el rey de España),
quedaría como muy anacrónico. Por tanto, la mejor opción sería una República,
aunque con la duda que, aunque pequeña, tiene su importancia, de si se trataría
de una República Liberal Occidental o de una República Popular Democrática,
asunto que, en todo caso, dependería de la correlación de fuerzas políticas que
hubiera en las elecciones constituyentes, porque supongo que, al menos, se
celebrarían dichas elecciones. Es evidente que el Movimiento Nacional, promotor
de la independencia, que aglutina a CiU, ERC, SI, CUP, ICV y compañía, una vez
conseguida ésta, se rompería, apostando cada partido que lo integra por su
modelo de estado favorito y más acorde con su ideología, ya que, en caso de no
disolverse el resultado sería muchísimo peor. Sería la única incertidumbre que
les quedaría a los catalanes a la hora de votar, que no es poco.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
No hay comentarios:
Publicar un comentario