domingo, 26 de enero de 2014

UCRANIA EN LA ENCRUCIJADA

                        Desde hace un par de meses Ucrania está inmersa en un conflicto que nadie sabe cómo acabará. Lo que empezó como una serie de protestas callejeras contra el gobierno ucraniano ha ido empeorando al extremo de que, además de los heridos, ya son varios muertos los que desgraciadamente tiñen de luto las calles de Kiev, la capital, corriéndose un serio riesgo de que estalle una guerra civil.
Vinculado desde su historia moderna al mundo eslavo oriental, el actual territorio de Ucrania, cuna del más poderoso y grande Estado europeo de hace mil años, el Rus de Kiev, matriz de tres nacionalidades posteriores (ucraniana, rusa y bielorrusa), sufre históricamente las tensiones típicas de estar en una encrucijada, entre oriente y occidente, al extremo de que, tras la decadencia de su máximo esplendor, con la devastación de la invasión mongola en el XIII, dividido en varios principados, sufrirá una larga etapa de dominación y dependencia extranjera (polaca, lituana, otomana, austriaca, rusa, tártara…) para caer, tras la Primera Guerra Mundial en la órbita soviética como parte de la URSS hasta su disolución en 1991 y formar parte de la posterior CEI, donde, contra las previsiones, sufre una alarmante crisis económica, antes de conseguir un cambio de tendencia como república semipresidencialista, no exenta de comportamientos gubernamentales corruptos, fraudes electorales y conflictos con Rusia.
            En la actualidad Ucrania está inmersa de nuevo en una encrucijada de difícil salida. Su estratégica situación entre la UE y Rusia la convierte en presa propiciatoria del interés de la primera por incrementar su influencia hacia el este y el interés de la segunda por no perder su hegemónica posición en la zona, especialmente sobre Ucrania con la que mantiene fuertes lazos económicos. La fuerte interdependencia energética entre la UE y Rusia, suministradora esencial del gas natural a la mayor parte de Europa, pasa por la amplia red de infraestructuras de gaseoductos que atraviesa el territorio ucraniano para posibilitar su transporte, mientras la UE quiere atraer a su órbita a seis estados de la extinta Unión Soviética, entre ellos Ucrania, el más importante de todos desde el punto de vista político y económico. Si añadimos la dualidad cultural de Ucrania (ucraniana, en la zona occidental; rusa en la oriental y meridional) el conflicto está servido, entre quienes desean firmar un acuerdo de asociación comercial con la UE y quienes prefieren consolidar el proyecto de Putin de una unión aduanera para estrechar aún más los lazos entre territorios de la antigua URSS. Y precisamente el desencadenante último del conflicto hace dos meses es el rechazo por parte de las autoridades ucranianas al acuerdo con la UE cuando estaba todo previsto para su inminente firma.
            El mantenimiento de la relación especial de Ucrania con Rusia aleja las aspiraciones de los sectores ucranianos proeuropeos de convertir el país en un estado democrático más de Europa Occidental, miembro de la UE, que goce en definitiva de las garantías de libertad democrática que todavía no han conseguido plenamente los que, como la mismísima Rusia, están inmersos en un proceso de transición a la democracia plena con el consecuente bagaje de respeto a los derechos humanos. La claudicación de los gobernantes ucranianos ante las presiones de Putin ha levantado a una buena parte de la población que, como europeos, no están dispuestos a resignarse a un momentáneo alejamiento de Europa Occidental, lo que, inevitablemente se traduce en una cierta tensión entre Rusia y la UE, condenadas a entenderse aunque sólo sea por los intereses de política energética y comercial. Si, de momento Putin ha ganado la batalla frente a la UE en esta especie de renovada guerra fría diplomática, palpable en otros escenarios como Siria, Irán, etc, la decisión final queda en manos de lo que decida el pueblo ucraniano, cuyos líderes opositores acaban de rechazar hasta la oferta del presidente Yanucovich para que, cesando el actual gobierno, formen ellos uno nuevo. Quieren la dimisión del mismísimo presidente y la convocatoria de elecciones plenamente democráticas para que sea el pueblo quien decida el futuro.
            Por el bien de la UE y de Rusia, pero muy especialmente de Ucrania, cabe esperar que el conflicto no acabe en un baño de sangre y, si ha de caer el gobierno, que lo haga pacíficamente como respuesta al rechazo casi generalizado de los ucranianos, para que nuevas elecciones decidan el futuro. ¡Ojala que las víctimas mortales de estos días sirvan como ejemplo del camino que hay que rechazar! Teniendo en cuenta que más de la mitad de las exportaciones rusas son con la UE, la peor de las soluciones para todos sería que Ucrania, por culpa de fuerzas centrífugas hacia la UE y Rusia, acabara en una balcanización irreversible. Al margen de los legítimos intereses de unos y otros, tanto Rusia como la UE debieran intentar suavizar el conflicto para favorecer un final tranquilo y negociado a tres bandas, evitando una tragedia que los ucranianos no merecen. Han estado durante demasiado tiempo en una eterna encrucijada de intereses encontrados.

                                   Fdo. Jorge Cremades Sena

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