Decenas de miles de
personas llegadas de todos los puntos cardinales de España, se han manifestado
en Madrid, colapsando el centro de la ciudad, como destino final de las
autodenominadas Marchas por la Dignidad. En la difícil situación que atraviesa España es más que justificable
el descontento (e incluso la indignación)
de millones de personas afectadas directamente por una o varias de las
políticas adoptadas por el gobierno actual o los anteriores, quienes, al final,
nos han conducido a este lamentable panorama social, político y económico.
Pero, teniendo en cuenta que la queja es globalizada sectorialmente (abarcando
todos los sectores, desde la educación a la sanidad, desde el paro a la reforma
laboral, los desahucios, etc,) y territorialmente (desde Galicia a Andalucía,
desde Baleares a Extremadura, etc,) y que tiene múltiples convocantes (decenas
de colectivos sociales, sindicatos e incluso partidos políticos), extraña que,
en vez de decenas de miles de personas, no hayan acudido a la concentración
cientos y cientos de miles que, con toda seguridad, comparten y sufren
directamente los efectos de alguna o varias de las carencias sectoriales
aludidas o se solidarizan con quienes las padecen.
¿Quién no va a apoyar la
reivindicación de “Pan, trabajo y techo para todos y todas” que plantean en su
manifiesto? Todo el pueblo avala dicha petición, así como, probablemente, la de
“ni un recorte más”, pues ya son demasiados los que soportan. Entonces, ¿por
qué no salen millones y millones de personas a las calles ante una invitación
tan sugerente?, ¿por qué las encuestas dan un pequeño porcentaje de apoyo
electoral a todo el conjunto convocante?, ¿por qué sus líderes y oradores
carecen de predicamento ante las masas y sobre todo ante las urnas? Seguramente
se deba a que, junto a las citadas reivindicaciones, los convocantes proponen
otras que la inmensa mayoría de ciudadanos no comparte, simplemente por sentido
común, como, por ejemplo, “fuera los gobiernos de la troika” o “no al pago de
la deuda”, bien porque saben que ese camino empeoraría la situación, bien
porque no se fían de que sus mentores, en caso de obtener el poder, seguirían
apostando por el modelo de democracia representativa occidental que, siendo susceptible
de todo tipo de mejoras, no deja de ser, hoy por hoy, el modelo que, a pesar de
todo, mayor prosperidad y libertad ha aportado a los pueblos que la han
practicado, entre ellos, España.
El
conglomerado de grupos antisistema y otros grupos radicales, encuadrados en los
aledaños del sistema por pura conveniencia política en vez de convencimiento
propio, genera muchas más incertidumbres de cara al futuro que el conjunto de
partidos políticos que, al margen de sus respectivas ideologías, juegan limpio con
las reglas de juego establecidas. Maestros de lo fácil, como la crítica
despiadada a los gobernantes democráticos por las carencias que sufren sus
gobernados, y pésimos alumnos de lo difícil, como aportar alternativas viables
y compatibles con la libertad, utilizan falacias constantes para sustituir tan
perverso sistema político democrático por otro, paradisiaco e indefinido, en el
que, sin explicar cómo, todas las carencias mutan en universales abundancias
para ser repartidas equitativamente, bajo la supuesta sapiencia inexplicable de
líderes buenos y benéficos, frente a los gobernantes malos y maléficos
democráticos, sean de derecha o de izquierda. Una invitación en toda regla a la
nada o a regímenes de partido único.
Si
además al final de semejantes concentraciones, siempre surge una violencia
desmesurada contra las fuerzas de orden público y los bienes públicos o
privados que se encuentran en el trayecto, el rechazo mayoritario a las mismas,
reflejado en las urnas, está más que justificado. Ya sé que se trata de
“minorías violentas” que, curiosamente, siempre acompañan a este tipo de
convocatorias, seguramente alentadas por la validez que algunos convocantes
conceden a la violencia como método político adecuado para conseguir sus
reivindicaciones. Pero, en todo caso, que haya más de un centenar de heridos
(la mayoría policías, enviados allí para garantizar la paz y la seguridad ciudadana)
evidencia los métodos violentos de grupos de manifestantes y la pasividad, en
el mejor de los casos, del resto de la comitiva que, siendo tan mayoritaria y
los grupos tan minoritarios, bastaría con un manifiesto respaldo hacia los
cuerpos de seguridad para disuadir a los supuestos grupos violentos de que ese
no es el camino. En fin, lo de siempre.
“Dejadles
morir” era el grito de los indignados, según un trabajador sanitario, mientras
socorría a policías heridos. “Nunca los miembros de la UIP se han sentido tan
desamparados por los responsables policiales y políticos” es el grito de los
antidisturbios intervinientes, por haberles ordenado “no salir con los medios adecuados”.
Algo estamos haciendo mal y cada vez peor. Es una indignidad que en estas
marchas por la dignidad, nuestros policías, enviados para garantizar la
seguridad con el monopolio democrático de utilizar la fuerza de forma legal si
fuera preciso, sean las víctimas de “traumatismos craneoencefálicos,
contusiones, pérdida de dientes, heridas por arma blanca, rotura de huesos….”
tal como describe alguno de sus sindicatos, porque se les dio la orden de “aguantar”
y de no utilizar material antidisturbios. Ante el resultado, ¿se imaginan qué
tipo de paz impondrían estos sujetos violentos si detentaran el poder y
tuvieran el monopolio del ejercicio de la fuerza? De momento, sólo la ejercen
ilegalmente en estas concentraciones supuestamente pacíficas, sabiendo que
pueden desbordar a la policía. Ahora, como pretende su abogado, toca que los
detenidos salgan en libertad lo antes posible, vaya a ser que sus derechos
ciudadanos sean atropellados. ¡Ah, y los desperfectos en el mobiliario público
a pagarlos entre todos los españoles! Lo haremos con dignidad.
Fdo. Jorge
Cremades Sena
D.N.I.
25.891.970-L
Maestro
jubilado.
Ex Diputado
en Cortes Generales por Alicante (1982-1996).
Alicante,
marzo de 2014.
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