Sería
ocioso y pretencioso por mi parte sumarme al elenco de quienes, con mucha más
autoridad que yo por su mayor proximidad al personaje, desvelan o intentan
desvelar datos novedosos, si es que los hay, sobre la figura irrepetible de
Adolfo Suárez, en estos días de luto y consternación por su fallecimiento,
mientras que, de cuerpo presente, toda España, todas sus autoridades, empezando
por el Rey, y, lo más importante, todo el pueblo de forma multitudinaria, le
rinde el merecido homenaje que, ante todos, se tiene más que ganado a pulso por
su acertado trabajo en la llamada Transición Española a la Democracia. Nada que
añadir, por tanto, al papel protagonista indiscutible de Adolfo Suárez en la
transformación de aquella España en blanco y negro en esta España en colores,
libre y democrática, en que hoy vivimos, aunque, a veces, nos empeñemos en
estropearlo.
Nada
que añadir pues a su impecable liderazgo, junto al Rey, de un difícil, casi
imposible, trabajo, consistente en un proceso, inédito en la Historia, de
transformar desde la paz y sin violencia un régimen dictatorial en un régimen
democrático, homologable con los regímenes del entorno europeo, al que
pertenece España y del cual llevaba excluida nada menos que casi cuarenta años.
Por tanto, poco queda por añadir sobre la Transición (de la que en otros momentos
ya me he expresado), paradigma histórico nacional e internacional de cómo se
pueden hacer las cosas en momentos tan difíciles como los que vivía España a la
muerte de Franco. La Reforma Política, la legalización del PCE, la amnistía,
los Pactos de la Moncloa…. son hitos irrepetibles a lo largo de un camino que
conducía a la reconciliación entre todos los españoles, a la libertad y la
democracia, desde el infierno de la dictadura, y, en definitiva, a la
devolución al pueblo de la soberanía que violentamente le habían arrebatado por
la fuerza cuatro décadas antes. Por tanto, ni siquiera voy a aludir a los
momentos de gloria de Suárez, sobradamente conocidos por todo el mundo.
Simplemente, a modo de homenaje personal, me quedo con mi experiencia personal
y la impresión que me causó cuando coincidimos, como diputados, en el Congreso,
tras el triunfo del PSOE, mi partido, en 1982, y la debacle inesperada del
suyo, el CDS, recién nacido.
Dos
circunstancias propiciaron que, tras conocer personalmente a Suárez en el
Congreso de los Diputados, mi relación con él no se limitase al saludo habitual
entre quienes comparten el mismo lugar de trabajo. Es decir, al hola y adiós.
La primera, una vecindad de los escaños en el “tendido del ocho”, el más
alejado de la bancada del gobierno, en que nos situaron a los parlamentarios
del País Valenciano (motivos alfabéticos) así como a los grupos políticos con
menor representatividad; el CDS sólo tenía dos escaños, el de Suárez y el de
Rodríguez Sahagún. La segunda, un incidente en Santander, donde coincidimos por
razones de trabajo, él para dar una conferencia en la Universidad Menéndez
Pelayo, yo para celebrar unas jornadas culturales con políticos sudamericanos
y, tomando café con ellos en una terraza del Sardinero durante uno de los
recesos, nos sorprendió que dos individuos cantasen, brazo en alto, el Cara al
Sol dirigiéndose a otra mesa relativamente cercana, ocupada por Adolfo Suárez y
un periodista que, si mal no recuerdo, era Miguel Ángel Aguilar. Al percatarme
del asunto me dirigí a la mesa para saludarle y presentarle a mis colegas que
deseaban conocer al ya ex presidente del Gobierno. Ya en el Congreso le comento
que menudos energúmenos los del incidente de Santander y él, con su habitual
sonrisa, me responde que ya estaba acostumbrado. Desde ese día percibí en su
actitud hacia mí como una especie de agradecimiento por aquel gesto y, desde
luego, de mí hacia él un mayor grado de admiración sin lugar a dudas.
Sorprendido
por su entrega ilusionada a su nuevo proyecto político del CDS (siempre lo veía
muy feliz cuando venía de inaugurar nuevas agrupaciones locales), un día le
comento en la cafetería ubicada detrás del hemiciclo que no acababa de entender
todo su entusiasmo, que me recordaba al nuestro pocos años antes cuando
inaugurábamos una nueva casa del pueblo, y que lo entendía menos cuando él ya
lo había sido todo en política, absolutamente todo; más o menos me comentó que
era la primera vez en su vida que hacía política de abajo a arriba y que ello
era ilusionante. Si me quedaba algún resquicio de duda sobre sus íntimas
convicciones democráticas, que tanto habíamos utilizado contra él en las precedentes
campañas electorales, quedó disipado desde aquella tarde. Por eso, para nada me
sorprendió cuando, desde la puerta de la citada cafetería, fumándonos un
cigarrillo (él fumaba mucho más que yo, que ya es decir), tras uno de los
entusiastas debates (no recuerdo exactamente cuál), brillantemente ganado por Felipe,
como era habitual, y con toda la bancada socialista en pie (nada menos que con
202 diputados) aplaudiéndole enfervorizada (eran otros tiempos) me comentó con
añoranza: “Ya me hubiera gustado tener un partido como el vuestro”.
Que
estos pequeños recuerdos, sirvan como mi humilde homenaje personal a Adolfo
Suárez, un hombre, simplemente, excepcional, tanto cuando estaba en la cumbre
como cuando yo lo conocí y así me lo pareció. Descanse en paz.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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