Por
299 votos a favor, 19 en contra y 23 abstenciones el Congreso de los Diputados,
es decir, el Sancta Sanctorum de la Democracia, ha aprobado la Ley que regula
la abdicación de Juan Carlos I y posibilita, con arreglo a la Constitución, la
entronización de su sucesor el Príncipe Felipe, tal como decidió en su día el
pueblo español cuando se constituyó en pueblo soberano tras liquidar la
dictadura que durante tantos años le tuvo sometido. Por tanto, el 85% de
quienes representan la soberanía han dado el visto bueno a la decisión del Rey
de abdicar, que es de lo que se trataba, para proseguir el procedimiento
democráticamente establecido en el relevo personal del Jefe del Estado. Un
trámite, único entre las Monarquías Europeas democráticas, que de forma sui
géneris requiere el pronunciamiento expreso de las Cortes, sin que ello suponga
menoscabo democrático alguno en las citadas monarquías pues, como en el caso
español, obedece a la democrática decisión de sus respectivos pueblos. Por
tanto, si los síes avalan lo constitucionalmente establecido, de no haber sido
por el espectáculo impresentable que determinados grupos han escenificado en el
hemiciclo, ni sabríamos si los noes lo que pretendían era que Juan Carlos no
abdicara y siguiera como rey, ni si las abstenciones suponían que les daba
igual cuál de los dos fuera el rey. Menos mal que hasta los espectáculos, por
bochornosos que sean, a veces sirven para algo.
En
efecto, gracias a ello sabemos que el problema es que muchos de nuestros
diputados o no saben de qué va el asunto o, adrede, pretenden prostituir el
debate que toca, sustituyéndolo por otro que no toca y nada hay que decidir al
respecto en dicha sesión parlamentaria. En cualquiera de los supuestos,
ignorancia o mala intención, es vergonzoso y vergonzante que quienes tienen el
alto honor de representar la soberanía popular al amparo de la Constitución,
despotriquen, y, para colmo, en sede parlamentaria, de la propia legalidad que
les legitima y ni siquiera respeten los reglamentos de la Cámara Baja. ¿Qué
hacen como diputados si realmente piensan las barbaridades que hacen y dicen? Lo
más coherente, en todo caso, sería que engrosaran las filas radicales de los
grupos antisistema, sumándose al esperpento y minúsculo movimiento que, durante
la sesión, pretendía rodear el Congreso, no sabemos bien si para incitar a la
toma del palacio de invierno o para dar la bienvenida al nuevo monarca. En fin,
sin comentarios.
Sin
embargo, tan coherentes señorías, bajo el sacrosanto e ilegal paraguas del
multiusos “derecho a decidir” a secas, que, en todo caso, no venía a cuento en
el debate, y olvidándose de que nuestro estado democrático es una vigente
Monarquía Parlamentaria, buena parte de quienes representan ese 15% que se
opone a aprobar el trámite parlamentario sucesorio lo prostituye exigiendo un
referéndum sobre la forma de estado, monarquía o república, que ni procede en
dicho momento, ni se ajusta a los mecanismos establecidos, ni nada que se le
parezca. El desmadre, está servido y, adornado de pancartas, banderas
republicanas y territoriales, tanto los radicales izquierdistas como los
nacionalistas, con todo tipo de excesos verbales intolerables, se quitan la
careta sobre sus verdaderas intenciones. De la disyuntiva “monarquía o
república” inicial se pasa al de “monarquía o democracia”, que en boca de un
parlamentario elegido democráticamente suena peor aún, para que el esperpento
final sea un esquizofrénico manifiesto, un ¡Viva Cartagena!, que convierte el
debate en “monarquía o repúblicas”, cada uno la suya, con vítores a tres de
ellas (catalana, vasca y gallega) en suelo ibérico, que, a tenor de los
argumentos y procedimientos esgrimidos, bien podrían ser diecisiete, treinta y
cuatro o tropecientas repúblicas hispanas… o monarquías, por qué no. En fin,
toda una exhibición irresponsable que debiera servir a la ciudadanía para tomar
nota sobre qué sucedería en España si, alguna vez, semejantes personajes
consiguieran el poder de la forma que fuera ya que, ante su desacato a las
reglas de juego establecidas, cualquier cosa es posible y esperable.
Si
no reconocen el Parlamento como representante de la soberanía nacional, ¿qué
hacen en él además de cobrar y gozar de los privilegios que como diputados les
corresponde? Monárquico o republicano, de izquierdas o de derechas,
nacionalista o no, terrícola o extraterrestre, nadie tiene derecho a mentir
descaradamente desde la tribuna de las Cortes, ni a engañar a los ciudadanos,
ni a prostituir las instituciones democráticamente establecidas. Felipe VI no
hereda la Jefatura del Estado “como si fuera una propiedad privada”, sino
porque así lo ha establecido el pueblo español en las urnas. Por tanto es una
majadería política hablar de “una maniobra oscura” o “palaciega”, de “visión
paternalista de la democracia”, de “sistema despótico de unos pocos”, de miedos
a “dar la voz a la ciudadanía”, de transición “tramposa y fraudulenta”, de
“torturas”, de que “si no podemos votar, algo huele a podrido en el Reino de
España”, de que “los cargos no se heredan; los pueblos no se heredan; no somos
muebles”, y de tantos otros despropósitos que nada tienen que ver con la
realidad política española, homologable con la del resto de países de la UE. Y
más majadería aun cuando lo esgrimen en nombre de la democracia y del pueblo
quienes, precisamente por decisión del pueblo en las urnas, representan, entre
todos juntos, una minoría sustancial del mismo, que ni siquiera se aclaran
entre ellos. Pocos y mal avenidos. ¡Qué harían o dirían si alguna vez
obtuvieran la mayoría! Mejor ni pensarlo, es como para echarse a correr.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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