Con
motivo de la celebración de esta Diada histórica de 2014, al coincidir con el
tercer centenario de la caída de Barcelona a manos de Felipe V de Borbón y al
ser la primera en que la propia Generalitat exige un referéndum ilegal para
independizarse, el President Artur Mas pide a Rajoy que escuche “el clamor del
pueblo”, en tanto que la ANC vende de antemano el “éxito de la Diada” incluso
antes de celebrarse, con centenares de autobuses contratados para asistir a
Barcelona. Entretanto, la fundación Reeixida, vinculada a la Generalitat,
reparte banderas negras, que 34 ayuntamientos colgarán, simbolizando la “lucha
a ultranza” contra el Estado Español. Y, mientras Mas avisa en la víspera que
“el compromiso de la consulta es firme”, Pedro Sánchez, el líder del PSOE,
desvela que en el encuentro que tuvo poco antes con el Molt Honorable, éste le
dijo que si no hay referéndum convocará elecciones. Al fin y al cabo, según
Mas, sólo pide “ser tratados como otras naciones del mundo”, lo que, teniendo
en cuenta el inminente referéndum escocés, no deja duda alguna a qué se está
refiriendo.
Pues
bien, al margen del éxito o no de los actos de la Diada que, como siempre, se
cerrarán con valoraciones subjetivas y desproporcionadas por parte de unos y de
otros, sólo con las anteriores pinceladas (si añadimos otros despropósitos
hasta sería como para echar a correr), los promotores incurren en varias
mentiras y contradicciones que para cualquier observador objetivo no pasan
desapercibidas. De entrada, la implicación institucional preparatoria de la
Diada y el enfervorizado éxito preconcebido de los asistentes, recuerda, a
quienes no hayan perdido la memoria, los éxitos, vendidos luego como
espontáneos (el clamor del pueblo), de aquellas famosas celebraciones del 18 de
julio, la fecha histórica e inolvidable del franquismo, en que sus
enfervorizados asistentes, brazo en alto y con cánticos patrióticos, exhibían
banderas y símbolos de su trágica cruzada. Era la forma que tenía el régimen de
celebrar su glorioso alzamiento de 1936, obviamente, al margen y contra la
legalidad vigente que, por calamitosa que fuese la situación, suponía un
clamoroso Golpe de Estado totalitario. Del resto, mejor olvidarnos. Una España
dividida e irreconciliable que soportaba, entre otras cosas, el “clamor del
pueblo” cada 18 de julio, cuyo éxito, como ahora, estaba previamente
garantizado. ¡Faltaría más!
Pero,
aunque a estas alturas hablar de mentiras y contradicciones argumentales,
permitidas y no combatidas fehacientemente por el Estado Español hasta hace
poco, nada hará cambiar a los enfervorizados independentistas, al menos,
debieran tener la decencia de admitir, al margen de proseguir o no con su
enloquecido proyecto, que en esta Diada de 2014 (además de su carácter festivo
o reivindicativo), se conmemora el tercer centenario de la caída de Barcelona
en manos de Felipe de Borbón como consecuencia de una guerra en que, ni
Barcelona, ni Cataluña, luchaban por ningún tipo de independencia, sino a favor
del Archiduque Carlos, candidato como Felipe, a ocupar el trono vacante de
España desde la muerte del rey Carlos II El Hechizado. Por tanto, no era una
guerra de secesión, sino de sucesión, en que ambos bandos luchaban por España,
su nación y su reino. Algo normal, teniendo en cuenta que Cataluña, como parte
de la Corona de Aragón, ya pertenecía al Estado moderno de España desde su
fusión con la Corona de Castilla en 1479 con los Reyes Católicos. Por tanto, la
Guerra de Sucesión, un asunto interno de España. Y punto.
Curiosamente,
unos años antes de la posteriormente tergiversada versión de la citada caída de
Barcelona en 1714, precisamente en 1707, el Reino de Escocia, creado en 843,
soberano e independiente (Cataluña nunca lo fue), se une al Reino de
Inglaterra, igualmente soberano e independiente, formando el Reino de Gran Bretaña,
mediante un Acta de Unión. Un acuerdo entre dos entes soberanos que, al igual
que deciden unirse voluntariamente, conservan la potestad de separarse. Nada
que ver con Cataluña que jamás fue un Estado soberano, ni un Reino, ya que de
“iure” siempre formó parte de un Estado soberano, aunque de facto, que no “de
iure”, durante algunos periodos del medievo el Reino de Francia, al que
pertenecía, no pudiera ejercer el control y la autoridad sobre los condados
catalanes. Por tanto para “ser tratados como otras naciones del mundo” el
primer requisito exigible es ser nación o haberlo sido alguna vez a lo largo de
la Historia, lo que podría avalar la recuperación perdida de su soberanía.
Cataluña, guste o no, jamás la tuvo, salvo conatos más o menos violentos para
conseguirla. Y si ahora es eso lo que pretende, que lo plantee de forma directa
pero sin engañar a nadie.
Lo
grave es que, tergiversando la realidad presente y pasada, a base de repetir
mentiras o verdades a medias, sin que nadie le salga al quite, se ha creado
desde las propias instituciones gubernamentales catalanas, que representan
jurídicamente al Estado Español, un caldo de cultivo frentista y violento
contra el mismo (algo insólito e inadmisible en cualquier Estado democrático),
para justificar una reivindicación carente de base alguna ni jurídica, ni
histórica, ni económica, ni social, tanto a nivel nacional como internacional.
Este es el laberinto que desde la propia Generalitat se ha creado en Cataluña.
La verdadera tragedia.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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