Vaya
por delante que Ana Mato no es santa de mi devoción, que su comparecencia fue
deplorable (cada uno tiene sus limitaciones) y que, a mi juicio, no debiera
ocupar la cartera de Sanidad, ni ninguna otra, pero no por la crisis del ébola,
sino por asuntos que la relacionan con presuntos casos familiares de corrupción
que, tal como está el patio, requieren tolerancia cero al menor indicio, aunque
sólo sea por razones de ejemplaridad, pues los gobernantes no sólo han de ser honestos
y honrados sino además parecerlo. Pero al no caberme en la cabeza que nuestra
Sanidad pueda pasar en tres días de ser óptima a pésima a causa del ébola, ni
que, incluso si así fuera, la responsable sea la ministra, porque la Sanidad
está totalmente transferida a las CCAA y ella ni siquiera nombra a los
consejeros autonómicos (ya es hora de que cada cual asuma sus responsabilidades
y responda por ellas), no voy a sumarme a la petición de dimisión de la
ministra con el único objetivo de sacar ventaja política de tan delicado
incidente, distorsionando negativamente la imagen de nuestro sistema sanitario
sin reparar en los perjuicios de todo tipo que pueda acarrear semejante
irresponsabilidad. Me sumo por tanto a quienes, exigiendo toda la verdad sobre el
desgraciado contagio de ébola en el Carlos III de una auxiliar de enfermería,
buscan las verdaderas causas y las circunstancias del incidente para, una vez
averiguadas, intentar evitarlas en el futuro, sin perjuicio de que se exijan
las pertinentes responsabilidades concretas si las hubiere.
Así
pues, dicho lo anterior, ante las barbaridades que estamos escuchando en estos
días, ante las descalificaciones gratuitas, especulaciones interesadas,
mentiras o verdades a medias, acusaciones infundadas y, sobre todo, ante la
estrategia de elevar lo anecdótico a categórico, desprestigiando así de forma
irresponsable nuestro sistema de salud, reconocido hasta ayer como uno de los
más prestigiosos y de mayor calidad, conviene, sin hacer ningún juicio de
intenciones, que, al menos, se contesten con claridad meridiana a algunas
preguntas, para que, los inexpertos en la materia, como yo, sepamos a qué
atenernos. ¿Cabe la posibilidad de errores técnicos o prácticos puntuales y
anecdóticos? ¿Estaban homologados los protocolos utilizados por la UE y la OMS?
¿Son los que se utilizan en otros países? ¿Se modifican ahora a instancia de
dichos organismos internacionales al detectar carencias? ¿…? De las respuestas
a estas cuestiones genéricas sabremos si somos o no una “rara avis” tal como
algunos nos quieren hacer ver. Pero además, sobre el tema concreto del contagio
de Teresa Romero, aunque sólo sea para conocer el caso en profundidad y evitar
otros similares en el futuro, habría que contestar a otra serie de preguntas.
¿En qué momento pudo darse el contagio? ¿Cómo se produjo? ¿Sólo se contagió
Teresa o alguien más de quienes atendió a los enfermos? ¿Se está averiguando
esto? ¿Cometió algún error Teresa en el uso del traje protector o es que éste
estaba defectuoso? ¿Fue consciente de ello o no? ¿En qué momento pudo serlo?
¿Se le aplicó en todo momento el protocolo homologado por las autoridades
sanitarias y reconocido como válido? ¿Informó la auxiliar a la doctora que le
diagnosticó gripe de que había estado en contacto con enfermos terminales de
ébola? ¿Pudieron los antitérmicos recetados bajarle la fiebre y retrasar el
síntoma que el protocolo marca para hacer la prueba de ébola? ¿…? Con la
respuesta a estas cuestiones, sin que ello suponga culpabilizar a nadie y mucho
menos a Teresa, se sabrá no sólo la causa del contagio sino además los riesgos
posteriores a que se sometieron terceras personas, así como el alcance de las
presuntas responsabilidades en cada uno de ellos.
Es
algo tan simple y sencillo, pero imprescindible para aclarar los hechos y
exigir entonces, que no antes, las responsabilidades a quien corresponda, que
nadie, con dos dedos de frente, entiende que se demonice de antemano a quienes
se interesan por ello, prefiriendo arremeter en uno u otro sentido, según la
respuesta subjetiva que cada uno se haga a las preguntas, lo que pone en
evidencia lo poco que a algunos les importa la verdad hasta sus últimas
consecuencias y lo que realmente les importa es su particular verdad
preconcebida y adaptada a sus irresponsables intereses. Y como me niego a que
nuestra Sanidad pase de la noche a la mañana de óptima a pésima, entre otras
cosas porque es imposible, prefiero apostar a que todo se debe a “un
desgraciado error humano, un accidente”, que es lo que suele suceder en estos
casos. Por tanto, situando el asunto en su real dimensión, de lo que se trata
es, en primer lugar de intentar salvar a Teresa de su trágica situación, de
averiguar si alguien más está contagiado, de mejorar los protocolos haciéndolos
más estrictos y de tranquilizar a los ciudadanos, ya que la anécdota, por
trágica que sea, no es la categoría. Ya habrá momento para, si las hubiere,
exigir las correspondientes responsabilidades. No me cabe en la cabeza que, ni
siquiera por supuestas indicaciones perversas de las autoridades políticas
sanitarias (como algunos insinúan), los magníficos profesionales de la sanidad
que hay en España se plegaran a aceptar la caótica situación sanitaria que
determinados agoreros pretenden proyectar en estos difíciles días. Bien saben
que no es la realidad.
Fdo. Jorge
Cremades Sena
No hay comentarios:
Publicar un comentario