jueves, 8 de enero de 2015

EUROPA, AMENAZADA

                        Ensimismados en nuestros problemas domésticos, los europeos somos incapaces de afrontar con contundencia el verdadero peligro, o al menos el más importante, que amenaza de forma rotunda nuestra convivencia en paz y en libertad. Siendo importante, como destacan hoy los medios, que la caída del petróleo pone a la UE al borde de la deflación, que aumenta la presión para que el BCE compre deuda soberana, o que en Grecia hay una fuga masiva de capitales de más de 3.000 millones en un mes, y tantos otros asuntos por el estilo de tipo político o económico, ninguna de estas preocupaciones tiene sentido si, al final, perdemos los valores democráticos que inspiran nuestra convivencia. Y la llamada civilización de Occidente, además de estos asuntos caseros, está seriamente amenazada por liberticidas internos y externos, mientras que, al menos en lo que toca a la vieja Europa, ni estamos ni se nos espera en los momentos de poner toda la carne en el asador para hacerles frente. No es la primera vez en la Historia europea que un pacifismo mal entendido, que una escrupulosa y enfermiza concepción inmaculada de tolerancia ilimitada, nos ha conducido al caos. No entender, precisamente, que la democracia y la libertad tienen todo el derecho a defenderse de forma contundente de quienes hacen del belicismo y la intolerancia la razón de su existencia es jugar a favor del totalitarismo y la esclavitud, poniendo en grave riesgo una convivencia de progreso, paz y libertad a base de hacer cada vez más débiles a los demócratas. El reciente ataque terrorista al semanario satírico “Charlíe Hebdo” en París, ni es una venganza (en todo caso intolerable) por las caricaturas de Mahoma, ni es un hecho coyuntural protagonizado por tres dementes surgidos por generación espontánea, ni es un atentado aislado contra la libertad de expresión… es, sencillamente, como el resto de atentados terroristas que, desgraciadamente, se vienen dando en diferentes países europeos, un sanguinario episodio más dentro de la estrategia diabólica de un plan perfectamente organizado con el claro objetivo de finiquitar el sistema de libertades de Occidente.
            Ahora, pese al dolor infinito y la indignación colectiva por semejante barbarie, como todas las que cotidianamente nos muestran los medios de comunicación, nos toca, como demócratas, hacer un llamamiento a la calma y a la serenidad. Ni islamofobias, ni fobias de ningún tipo, pues los musulmanes de bien, como los cristianos o los judíos de bien, como cualquier persona de bien, creyente o no, nada tienen que ver con los energúmenos que sólo entienden el lenguaje del terror como su mejor forma de expresión. Ni medidas excepcionales, ni estrategias heterodoxas desde el punto de vista legal, pues los enemigos de la libertad esperan precisamente el más mínimo comportamiento irregular por parte de las instituciones y las autoridades del Estado, del nuestro o del de cualquier otro Estado de Derecho, para socavar más aún los cimientos democráticos. Toca pues perseguir a los terroristas, ya identificados, encarcelarlos y someterlos a un juicio justo con todo tipo de garantías procesales con arreglo a la legalidad democráticamente establecida. En definitiva, se trata de oponer nuestra fuerza de la razón, que es la ley, frente a su razón de la fuerza, que es la barbarie, por extraño que parezca. Es lo que nos diferencia de ellos.
            Pero, dicho lo anterior, también debiera tocar, una reflexión profunda sobre la ineficacia de una legalidad excesivamente permisiva y garantista con los violentos, con los liberticidas que, como los yihadistas franceses que hoy ocupan nuestra atención, antes de sembrar el terror definitivo, el que ya no tiene remedio, han ido dejando un reguero de actos y comportamientos violentos en los márgenes del marco legal y cuando lo han incumplido alguna vez, como es el caso, se han visto favorecidos con penas leves y sus correspondientes ventajas penitenciarias. Si la esencia del Estado de Derecho Democrático es la exigencia estricta del cumplimiento de la legalidad vigente, para nada se menoscaba la democracia, sino todo lo contrario, con que dicha legalidad sea mucho más severa y más dura con quienes atentan de palabra u obra contra ella. Por dura que sea la legalidad democrática frente a quienes la incumplen no se atenta contra la libertad, sino todo lo contrario. Los legisladores europeos, en todos y cada uno de sus respectivos países, al margen del signo ideológico democrático que tenga cada uno de ellos, tienen la obligación inexcusable de dotar a esta amenazada vieja Europa de los instrumentos legales y materiales necesarios para poder defenderse de sus enemigos internos o externos antes de que ellos acaben con ella. Aún estamos a tiempo de llevar a sus justos términos la tolerancia intolerable que tanto gusta a los intolerantes, así como la seguridad insegura que tanto gusta a los violentos, mientras los pseudodemócratas la aplauden con el argumento de defender la libertad. En fin, hoy estamos a tiempo, mañana puede que ya sea demasiado tarde. Los pueblos de Europa tienen la última palabra.

                                    Fdo. Jorge Cremades Sena

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