Ensimismados
en nuestros problemas domésticos, los europeos somos incapaces de afrontar con
contundencia el verdadero peligro, o al menos el más importante, que amenaza de
forma rotunda nuestra convivencia en paz y en libertad. Siendo importante, como
destacan hoy los medios, que la caída del petróleo pone a la UE al borde de la
deflación, que aumenta la presión para que el BCE compre deuda soberana, o que
en Grecia hay una fuga masiva de capitales de más de 3.000 millones en un mes, y
tantos otros asuntos por el estilo de tipo político o económico, ninguna de
estas preocupaciones tiene sentido si, al final, perdemos los valores
democráticos que inspiran nuestra convivencia. Y la llamada civilización de
Occidente, además de estos asuntos caseros, está seriamente amenazada por
liberticidas internos y externos, mientras que, al menos en lo que toca a la
vieja Europa, ni estamos ni se nos espera en los momentos de poner toda la
carne en el asador para hacerles frente. No es la primera vez en la Historia
europea que un pacifismo mal entendido, que una escrupulosa y enfermiza
concepción inmaculada de tolerancia ilimitada, nos ha conducido al caos. No
entender, precisamente, que la democracia y la libertad tienen todo el derecho
a defenderse de forma contundente de quienes hacen del belicismo y la
intolerancia la razón de su existencia es jugar a favor del totalitarismo y la
esclavitud, poniendo en grave riesgo una convivencia de progreso, paz y
libertad a base de hacer cada vez más débiles a los demócratas. El reciente
ataque terrorista al semanario satírico “Charlíe Hebdo” en París, ni es una
venganza (en todo caso intolerable) por las caricaturas de Mahoma, ni es un
hecho coyuntural protagonizado por tres dementes surgidos por generación espontánea,
ni es un atentado aislado contra la libertad de expresión… es, sencillamente,
como el resto de atentados terroristas que, desgraciadamente, se vienen dando
en diferentes países europeos, un sanguinario episodio más dentro de la
estrategia diabólica de un plan perfectamente organizado con el claro objetivo
de finiquitar el sistema de libertades de Occidente.
Ahora,
pese al dolor infinito y la indignación colectiva por semejante barbarie, como
todas las que cotidianamente nos muestran los medios de comunicación, nos toca,
como demócratas, hacer un llamamiento a la calma y a la serenidad. Ni
islamofobias, ni fobias de ningún tipo, pues los musulmanes de bien, como los
cristianos o los judíos de bien, como cualquier persona de bien, creyente o no,
nada tienen que ver con los energúmenos que sólo entienden el lenguaje del
terror como su mejor forma de expresión. Ni medidas excepcionales, ni
estrategias heterodoxas desde el punto de vista legal, pues los enemigos de la
libertad esperan precisamente el más mínimo comportamiento irregular por parte
de las instituciones y las autoridades del Estado, del nuestro o del de
cualquier otro Estado de Derecho, para socavar más aún los cimientos
democráticos. Toca pues perseguir a los terroristas, ya identificados, encarcelarlos
y someterlos a un juicio justo con todo tipo de garantías procesales con
arreglo a la legalidad democráticamente establecida. En definitiva, se trata de
oponer nuestra fuerza de la razón, que es la ley, frente a su razón de la
fuerza, que es la barbarie, por extraño que parezca. Es lo que nos diferencia
de ellos.
Pero,
dicho lo anterior, también debiera tocar, una reflexión profunda sobre la
ineficacia de una legalidad excesivamente permisiva y garantista con los
violentos, con los liberticidas que, como los yihadistas franceses que hoy
ocupan nuestra atención, antes de sembrar el terror definitivo, el que ya no
tiene remedio, han ido dejando un reguero de actos y comportamientos violentos
en los márgenes del marco legal y cuando lo han incumplido alguna vez, como es
el caso, se han visto favorecidos con penas leves y sus correspondientes
ventajas penitenciarias. Si la esencia del Estado de Derecho Democrático es la
exigencia estricta del cumplimiento de la legalidad vigente, para nada se
menoscaba la democracia, sino todo lo contrario, con que dicha legalidad sea
mucho más severa y más dura con quienes atentan de palabra u obra contra ella.
Por dura que sea la legalidad democrática frente a quienes la incumplen no se
atenta contra la libertad, sino todo lo contrario. Los legisladores europeos,
en todos y cada uno de sus respectivos países, al margen del signo ideológico
democrático que tenga cada uno de ellos, tienen la obligación inexcusable de
dotar a esta amenazada vieja Europa de los instrumentos legales y materiales
necesarios para poder defenderse de sus enemigos internos o externos antes de
que ellos acaben con ella. Aún estamos a tiempo de llevar a sus justos términos
la tolerancia intolerable que tanto gusta a los intolerantes, así como la seguridad
insegura que tanto gusta a los violentos, mientras los pseudodemócratas la
aplauden con el argumento de defender la libertad. En fin, hoy estamos a
tiempo, mañana puede que ya sea demasiado tarde. Los pueblos de Europa tienen
la última palabra.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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