miércoles, 28 de enero de 2015

GRECIA, DESEO Y REALIDAD

                        La contundente e indiscutible victoria de Syriza en Grecia, quedando sólo a dos escaños de la mayoría absoluta, genera una oleada de sentimientos encontrados, no sólo en Grecia sino en el resto de Europa y, si me apuran, en ámbitos que trascienden el mapa europeo, levantando, según el color político de unos u otros, alegrías o tristezas desbordadas que sólo el tiempo y los hechos concretos las harán volver a su cauce. Por tanto desde el principio, convendría esforzarse en hacer análisis objetivos de la situación para sosegar los ánimos de unos y otros, evitando la confusión entre deseo y realidad que, sin duda, generaría una esquizofrénica frustración colectiva en un futuro más o menos próximo. Hay que aclarar que porque un partido radical de izquierdas haya ganado en Grecia, ni se hunde el mundo, ni la UE se desmorona, ni se avecina el caos, ni los griegos pasarán de la miseria a la opulencia, ni de la austeridad al despilfarro, ni el sur se rebelará contra el norte, ni nada por el estilo. Que el pueblo griego, como es su derecho, siguiendo las consignas de Tsipras, haya apostado de forma contundente por los deseos, que la mayoría compartimos, para nada cambia la cruda realidad que están viviendo los griegos, ni las dificultades que atraviesa la Eurozona. A lo sumo sólo genera innecesarias incertidumbres a causa de la agresividad manifiesta sin precedentes de Tsipras contra la UE y sus instituciones. Al final, que de todas las miserias griegas, como sucede en otros países, se culpe casi en exclusiva a la perversa Troika, porque, a través de perversos gobiernos moderados, disfruta con que los diversos pueblos se mueran de hambre, sólo sirve para ganar unas elecciones, pero no para cambiar (y menos de forma radical y urgente) una realidad tozuda, cuya mejora sustancial trasciende el ámbito de cualquier estado nacional e incluso de la propia UE, frustrando las falsas expectativas. Lo único que ha cambiado es que ahora le toca a Syriza y al gobierno de Tsipras (a quien hay que felicitar por su triunfo democrático) gestionar esa cruda realidad que, si dentro de la Eurozona es complicada (como con sus antecesores), fuera de ella se antoja prácticamente imposible. En todo caso, como gobernante soberano, Tsipras tiene todo el derecho, asumiendo las consecuencias, a afrontar la situación como mejor crea conveniente, pero, obviamente, respetando que el resto de gobernantes soberanos (en especial sus aliados europeos) tienen idéntico derecho a afrontarla de forma distinta. Y que cada palo aguante su vela.
            Pasadas las elecciones, como es el caso, ya no valen las estrategias electorales. Ni las del miedo, ni las de las utopías filosóficas de las recetas mágicas, ni las demagógicas. Ni vale culpar a los acreedores (240.000 millones de euros en total) de los rescates solicitados por los anteriores gobiernos griegos y, menos aún si, como España con 26.000 millones aportados, lo hicieron teniendo graves dificultades internas. Ahora sólo vale gestionar la cruda realidad del día a día con los escasos medios y recursos que se tienen. Y, lamentablemente, no se puede hacer milagros con ellos. Menos aún si, además de la descomunal deuda, que te niegas a pagar, necesitas varios miles de millones más urgentemente para hacer frente a los gastos corrientes básicos y tienes el crédito cerrado para financiarlos. Es una absoluta incongruencia que en tamañas circunstancias se puedan satisfacer las expectativas generadas a corto plazo mediante una política prometida de expansión del gasto, cuando el problema no está en gastar más, sino en gastar mejor, especialmente si se está al borde de la quiebra. Es confundir el deseo con la realidad.
            Cierto que “la austeridad no está consagrada en ningún tratado europeo”, como dice Tsipras, pero el despilfarro o el gasto infinito tampoco. Menos aún si, para evitar la suspensión de pagos, como en 2010, se solicita ayuda financiera y salta a la luz la falsificación de los datos macroeconómicos (3´7% de déficit, cuando era el 12´7%), quedando obviamente obligado a cumplir el Pacto de Estabilidad, como el resto de socios europeos ante la crisis. Los famosos recortes presupuestarios, para reducir el déficit (respondidos con numerosas manifestaciones, disturbios y cinco huelgas generales) situaban a Grecia como el primer país europeo en pedir ayuda externa… y, desde entonces, el caos (segundo rescate en 2011) hasta abril de 2014 en que Grecia regresa a los mercados financieros y con terribles dificultades inicia una tímida recuperación, que ahora no puede ni debe tirarse por la borda.
            Por tanto, de momento, aunque todo puede empeorar, ninguna tragedia griega por el triunfo de Syriza, sustituyendo al PASOK en el tradicional bipartidismo, mientras el neonazi Amanecer Dorado espera hacer lo propio con el centro-derecha Nueva Democracia. Ya Tsipras, bajando el tono, habla de alargar los plazos en vez de impagos o quitas de la deuda, consciente de que la UE ni puede ni debe apostar por estas políticas suicidas (detrás de Grecia, habría colas). La “dignidad nacional” griega de la que habla Tsipras, no se consigue incumpliendo los compromisos adquiridos, también está en juego la dignidad de los demás si se someten a las imposiciones o ataques de Grecia a sus legítimos intereses como si nada sucediera. Sólo la vía negociadora, razonada y razonable, puede evitar que el drama griego sí acabe al final en tragedia. Y para ello se requiere buenas dosis de moderación, responsabilidad y confianza por parte de todos, que, salvo esquizofrenias añadidas, es lo que debiera suceder y sucederá finalmente.

                                    Fdo. Jorge Cremades Sena 

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