Lo
que desde hace ya bastantes años se conoce como “debate del estado de la
nación” bien pudiera denominarse este año como “debate del estado de la
situación”, especialmente de la situación política española, ya que, a casi
todos los portavoces políticos parlamentarios se les vio el plumero al estar
más pendientes de lo “suyo” que de profundizar, para lo bueno o lo malo, sobre
el estado en que se encuentra la nación española en estos momentos y, menos aún,
sobre qué iniciativas habrían de tomarse para mejorarlo. Con nuevos portavoces
en los dos principales partidos, PSOE e IU, a la baja en las encuestas, al
igual que UPyD, y con sus verdaderos contrincantes políticos, Podemos y
Ciudadanos, fuera del hemiciclo, es casi lógico que, a cada uno de ellos, lo
que menos le importara en su intervención fuera la profundización
pormenorizada, razonada y razonable, del trance por el que atraviesa España y,
menos aún, de su comparación evolutiva respecto al año anterior. Y con un presidente
de Gobierno (cuyo partido, por cierto, también estrenaba portavoz y también
está a la baja en las encuestas), al que se le agota el tiempo para ser
reelegido, empeñado por tanto en enfatizar, como baza electoral, los
indiscutibles logros macroeconómicos de la legislatura (de los que la oposición
no quiere ni hablar), es más que lógico su empeño en canalizar el debate sobre
la base de su amplia y bien elaborada intervención inicial, incluidas las
propuestas, obviamente electoralistas, que traía debajo de la manga. Tanta cara
nueva, tanto interés personal y tanta necesidad de convencer cada uno a los
suyos, que no a los contrarios, no presagiaba un final feliz. Al final, el
debate sobre el estado de la nación, sólo duró lo que duró la intervención inicial
de Rajoy, acabando al tomar la palabra Pedro Sánchez para la réplica y, relegada
al olvido la descripción de la situación más o menos acertada expuesta por
Rajoy, se dio paso, no a un debate político razonado y razonable sino a una
chabacana pelea verbal, no exenta de insultos y descalificaciones gratuitas, en
la que cada interviniente, incluido
Rajoy, perdió los papeles inexplicable y lamentablemente.
Transformado
el hemiciclo en una especie de escenario mitinero multiusos, como si el
contrincante ni siquiera estuviera presente, cabe cualquier salida de tono. No
es cuestión de rebatir, ni razonar, nada. Es cuestión de arrancar el aplauso de
los tuyos, de los que hay dentro y, al ser televisado, de los que hay fuera. Es
el primer mitin de la larga campaña electoral que durará todo el año 2015. Y en
campaña, ya se sabe, cabe todo. El objetivo es vencer, no convencer;
menospreciar y descalificar, cuando no insultar, al contrario, convertido en
irracional enemigo. Y al enemigo, ni agua, lleve o no lleve razón. Se trata de
dotar a los tuyos de ingeniosas coletillas irracionales, de ocurrencias
malévolas, para que, repetidas hasta la saciedad, consigan denigrar al
contrincante y, a su vez, formar piña irreductible con los tuyos contra él.
Sólo así se entiende el aplauso fervoroso desde un lado y la repulsa
contundente desde el otro, tanto cuando Rajoy dice a Sánchez “No vuelva usted
aquí a hacer y decir nada; ha sido patético”, como cuando Sánchez, dirigiéndose
a Rajoy y a toda la bancada popular, dice tajante “No tienen vergüenza”. E
igual sucede con casi todo el resto de intervinientes. Más que nunca se
justifica que cada grupo haga piña con su respectivo jefe (la procesión va por
dentro) y lo proclame vencedor de un debate político inexistente, mientras la
gente se pregunta si Celia Villalobos ganó o perdió la partida en su juego on
line.
Y
en este debate del estado de la situación que, para algunos, lo ganaron los
políticos que quedaron fuera, es decir, Iglesias y Rivera, ni siquiera hubo
intención de aproximar la España negra, deprimente e inhabitable de la
Oposición, con la España en color, reconfortante y habitable del Gobierno,
única fórmula para tener la justa visión de la España real y, desde esta
correcta percepción, afrontando un verdadero debate del estado de la Nación,
detectar las deficiencias, priorizarlas y proponer medidas viables y asumibles
para corregirlas. Eso sería hacer política con mayúsculas, a largo plazo, con
altura de miras y en beneficio del conjunto de los ciudadanos. Sin embargo el
estado de la situación política en España, tal como acabamos de ver, nos coloca
a años luz de tan noble objetivo. La miopía política, la falta de liderazgos,
la demagogia a raudales, la ausencia de proyectos políticos creíbles, las
incoherencias y los vicios acumulados… sólo dan de sí para dejar tuerto al
oponente aunque yo me quede ciego; para no ganar yo, sino para que pierda el
otro, sin entender que, con semejantes planteamientos, perdemos todos.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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