Por
decisión personal de Susana Díaz, que había heredado un sólido gobierno pactado
con IU, tras la dimisión de Griñán en agosto de 2013, quince meses después del
inicio de legislatura, Andalucía está inmersa en una campaña electoral
anticipada cuando la legislatura andaluza, en circunstancias normales, debiera
haber durado hasta la primavera de 2016. Para unos, un adelanto electoral
innecesario que obedece más bien a intereses estratégicos personales en clave
interna de la propia Presidenta de Andalucía, en su supuesta lucha por el
liderazgo del PSOE con Pedro Sánchez, que a los intereses generales de los
andaluces; para otros, un adelanto inteligente ante el peligro de que el
arrollador avance de Podemos menoscabe aún más el deterioro de un PSOE tras las
elecciones locales, autonómicas y generales (en caso de malos resultados
electorales), lo que repercutiría negativamente en un PSOE-A, bajo la espada de
Damocles de lo que depare el avance de la investigación de los conocidos casos
de corrupción vinculados a la Junta de Andalucía… En ningún caso pues una
necesidad por cuestiones de ingobernabilidad, aunque obviamente IU, ante un año
tan electoral como éste, se permitiera algún que otro gesto público de crítica
para dar la imagen de diferenciarse de su socio mayoritario en la Junta, que en
ningún caso hubiera supuesto la ruptura del pacto gubernamental. Por tanto,
sólo los resultados de estas elecciones andaluzas darán o no la razón a la
decisión de Susana Díaz, al margen de las razones por las que las adelantó
innecesariamente en términos de política general. Y, de momento, las encuestas
configuran un panorama político en Andalucía que genera demasiadas
incertidumbres en términos de estabilidad gubernamental, lo que puede suponer
que el remedio es peor que la enfermedad, sobre todo, cuando ésta, en todo caso,
era leve.
En
efecto, si el resultado de las elecciones de marzo de 2012 (PP, 40´6% de votos
y 50 escaños; PSOE, 39´5% y 47; e IU, 11´3% y 12) permitieron un sólido pacto
de gobierno PSOE-IU, que superaba ampliamente los 55 escaños que se requieren
para la mayoría absoluta, la última encuesta de NCReport (PSOE, 33´1% y 44-46
escaños; PP, 28´2% y 34-36; Podemos, 14´3% y 14-16; Ciudadanos, 10´1% y 8-10; e
IU, 7´2% y 5-7) diseña un panorama de ingobernabilidad preocupante, obligando a
Susana Díaz, como ganadora, a un acuerdo
con Podemos o con PP, lo que, a todas luces, supone que, en el mejor de
los caso, para este viaje no se necesitaban alforjas. Una encuesta de SigmaDos
en el mes pasado (PSOE, 34´7% y 43-45; PP, 30´2% y 39-42; Podemos, 15´6% y
17-19; e IU, 8´2% y 5-7), tras la convocatoria de elecciones anunciada por Díaz
en enero, comparada con la de NCReport, confirmaría una leve tendencia a la
baja de PSOE, PP, Podemos e IU, y un importante ascenso de Ciudadanos que del
3´4% pasaría a ese 10´1% consiguiendo casi 10 escaños, con lo que si sigue
dicha tendencia durante la campaña electoral les colocaría en posición
privilegiada para una posterior gobernabilidad.
Para
que cada cual saque sus propias conclusiones, basta añadir que en febrero de
2014, antes de que Podemos y CiU irrumpieran como partidos políticos de ámbito
nacional, según el Estudio General de Opinión Pública de Andalucía, que con
toda seguridad tendría en cuenta Susana Díaz para adelantar elecciones, el PSOE
ganaría las andaluzas con el 36´7% de votos, seguido de PP con el 31´1%, IU con
el 15´5% y UPyD con el 7´4%. Ya ven, las cosas han cambiado pues de forma
sustancial en sólo un año, obviamente a peor en términos de gobernabilidad.
Si
la campaña electoral en Andalucía sirve para aclarar de alguna forma este
esbozo de ingobernabilidad manifiesta, cuando hasta 2016 era gobernable,
bienvenida sea la decisión de Susana Díaz. En caso contrario sería lamentable. Susana
Díaz en Andalucía, al igual que Artur Mas en Cataluña, tenía la posibilidad de
convocar elecciones después de la vertiginosa experiencia electoral que se
avecina, pero ha preferido ser pionera en estos tiempos convulsos de cambio. Ya
aconsejaba Ignacio de Loyola que “en tiempo de tribulación no hacer mudanzas” y
Susana no ha hecho caso del tradicional consejo. Si las cosas van bien ¿a qué
cambiarlas? Ya lo hizo Artur Mas en Cataluña y, aunque ahora lo repite, le fue
fatal, no sólo a él y a su partido, sino al pueblo catalán. Esperemos que, por
el bien de Andalucía, no repercuta el experimento de forma negativa en el
pueblo andaluz, pues convertirse en crisol de ensayos electorales inciertos,
pudiendo ser recipiente sólido de experiencias contrastadas, a primera vista,
no parece ser un buen negocio. Ya decía Alfonso Guerra que los experimentos con
gaseosa. Los andaluces tienen la última palabra y los partidos políticos pocos
días para convencerles de que lo peor es optar por la ingobernabilidad.
Fdo. Jorge Cremades Sena
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