El
inapelable triunfo de Cameron por mayoría absoluta en los comicios británicos,
contra todo pronóstico, justo cuando se inicia la campaña electoral en España
para las inminentes elecciones locales y autonómicas, pone patas arriba las
expectativas de los diferentes partidos españoles sobre el resultado, tanto en
las citadas elecciones, como en las generales que se celebrarán a finales de
año. No en vano, entre Reino Unido y España, se dan ciertas similitudes a
primera vista, pues en ambos países gobiernan sendos partidos conservadores (el
tory en Reino Unido, el popular en España), con jefes de partido y gobierno
impopulares y poco carismáticos (Cameron y Rajoy), con encuestas que les sitúan
en difícil coyuntura electoral y, en el mejor de los casos, si ganan las
elecciones, lejos de una mayoría absoluta que les garantice el gobierno en la
siguiente legislatura. Además, en sendos países, hay un verdadero debate sobre
la integridad territorial con partidos nacionalistas, cuando no
independentistas (escoceses en Reino Unido; catalanes y vascos en España), que
añaden, si cabe, mayores incertidumbres de cara al futuro y a la salida de la
crisis económica, así como populismos de nuevo cuño en sorprendente ascenso a
causa de la crisis (UKIP en Reino Unido, de extrema derecha, y Podemos en
España, de extrema izquierda) y en la oposición mayoritaria partidos
progresistas (laboristas en Reino Unido, socialistas en España) que han sido
desalojados del poder y que apuestan (a mi juicio, erróneamente) por un giro
hacia la izquierda como estrategia para recuperarlo. No extraña pues que, ante
tantas similitudes, el rotundo e inesperado triunfo de Cameron haya desatado
cierta euforia en el PP y en el Gobierno español, así como cierto desasosiego
en quienes, desde la oposición, según los sondeos, tenían más que garantizado
el descalabro de Rajoy y su partido, que, como Cameron, apuesta por una
estrategia basada en la mejora de los datos económicos, que ayudará a salir de
la crisis; en la gobernabilidad, frente a aventuras inciertas; y en la
experiencia contrastada, frente a los oportunismos coyunturales, que podrían
suponer un freno al camino iniciado de la recuperación, cuando no un regreso al
caos de la recesión más angustiosa. ¿Y si Rajoy da la sorpresa como Cameron?
Esa es la cuestión.
Ante
los anteriores paralelismos el Gobierno de Rajoy, a pesar de las encuestas, augura que las elecciones
españolas seguirán el patrón británico, al extremo de que la mismísima
vicepresidenta afirma rotundamente que “hay similitudes con lo que va a ocurrir
en España”, olvidando que, frente a las similitudes anteriormente citadas,
Reino Unido y España no tienen nada que ver en cuanto al sistema y la ley
electoral vigente en ambos países, pues, de haberse aplicado la actual ley
electoral proporcional española en Reino Unido, el reparto de escaños no
hubiera otorgado a Cameron la mayoría absoluta parlamentaria que goza tras los
resultados electorales. Es más, Rajoy, a quien las encuestas otorgan el triunfo
casi generalizado (a diferencia de Cameron que en el mejor de los casos le
concedían un empate con el laborista Miliband) aunque alejado de la mayoría
absoluta, con el sistema electoral mayoritario británico nada tendría que temer
sobre su futuro como gobernante, pero no es el caso. Por tanto Santamaría
confunde los deseos con la realidad, pues las similitudes sociológicas e
incluso políticas, así como las que pudieran darse sobre motivaciones de los
votantes, quedarían distorsionadas a la hora del reparto de escaños. Baste
recordar que con el sistema proporcional español es impensable que un partido
político, siendo tercera fuerza política con casi un 13% de los votos, sólo
obtenga una representación parlamentaria de un solo diputado, tal como ha
sucedido al eurófobo UKIP en Reino Unido.
Es
pues iluso extrapolar resultados con leyes electorales tan distintas para
determinar una hipotética composición parlamentaria por similares que puedan
ser los porcentajes de votos obtenidos. Y, aunque la tendencia es buscar
sistemas electorales que favorezcan la gobernabilidad (como sucede en Grecia,
por ejemplo, o acaba de implantarse en Italia), en España, con menor bagaje
histórico democrático, somos más papistas que el Papa y, siendo un debate
recurrente, ni queremos primar las listas más votadas, ni adoptar sistemas
electorales mayoritarios, ni otras medidas más garantes de gobernabilidad.
Preferimos el “totum revolutum” de un multipartidismo de opciones minoritarias,
aunque dibujen, como en Andalucía, un escenario ingobernable, apelando a una
absurda pureza democrática, frente a la certeza de gobernabilidad segura de la
opción mayoritaria elegida por los españoles; el chalaneo mercantilista, que no
el acuerdo programático, marcado por meros intereses particulares frente a los
generales o, directamente, la ingobernabilidad. Y con dichos planteamientos
hasta somos capaces de dar lecciones de democracia a los mismísimos británicos,
incluso acusándoles de antidemócratas porque un partido, como UKIP, al margen
del porcentaje obtenido, sólo tenga un
representante en el Parlamento, justo el de la circunscripción en que ganó.
Seguro que en ella se lo curró, aquí es lo que menos importa.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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