Si
tuviéramos que mencionar el listado de políticos que meten la pata en sus
intervenciones públicas necesitaríamos folios y folios para hacerlo por
escrito; además, si el listado incluyera a los que meten la mano, con total
seguridad necesitaríamos el cuaderno entero. Por tanto, las meteduras de pata
por parte de nuestros políticos en sus intervenciones públicas (lo de meter la
mano queda para otra ocasión) son bastante frecuentes y, especialmente, proliferan
durante las campañas electorales, periodo en el que la necesidad de captar
votos exige a los líderes políticos y candidatos un plus de ingenio y habilidad,
cualidades que no siempre les adornan. En todo caso, de dichas meteduras de
pata se pueden sacar conclusiones importantes, no ya sobre la madurez y
capacidad de sus autores, sino además, si se trata de líderes importantes y
representativos de sus respectivos partidos, sobre la consistencia, coherencia
y credibilidad de su proyecto político, pudiendo, en caso de que la metedura de
pata sea descomunal, echar por tierra el crédito acumulado durante más o menos
tiempo, al poner en innecesarias dificultades a sus propios compañeros de
partido y darle oxígeno argumental a sus adversarios, quienes, obviamente, se
encargarán de amplificar el asunto en beneficio propio. Y sin lugar a dudas, se
mire como se mire, el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, ha metido la pata
estrepitosamente vinculando la regeneración democrática española a los nacidos
en democracia; es decir, como mucho, a los que nacieron un año antes que él, y,
por tanto, excluyendo a todos los que hemos nacido antes de 1978 (más o menos
la mitad de los ciudadanos españoles), simplemente porque tuvimos la desgracia
o la suerte (¡vaya usted a saber!) de nacer durante la dictadura y, muchos de
ellos, el honor de luchar contra ella hasta conseguir el periodo democrático
más largo de toda la Historia de España, por más que ahora algunos, como
Iglesias y compañía, lo tachen de “régimen” al que hay que derribar (para
sustituirlo por no se sabe qué), y otros, como Rivera, decidan acertadamente
regenerarlo, pero descartando e invalidando a quienes lo crearon.
Rivera,
por tanto, mete la pata, por más que él mismo se haya encargado de especificar
literalmente lo que dijo para que no se saque de contexto: “Y por ende con todo
respeto con las demás candidaturas y con los demás políticos que lleven 35 años
al frente y que hoy se visten como adalid de la regeneración, yo creo que la
regeneración política de este país pasa por gente que haya nacido en
democracia, por gente que no tenga mochilas, por gente que no tenga dinero en
Suiza, por gentes que no tenga casos de corrupción (…) No se trata de la edad,
esto no va de tener 40 años, esto va de ser libre”. Pues bien, en el mejor de
los casos para Rivera, en la más positiva interpretación de lo que ha dicho
(imaginen la más negativa), sigue siendo una metedura de pata, una intervención,
como mínimo, desafortunada, que debiera reconocer, pues, incluso estando de
acuerdo con algunos de los requisitos que exige a los regeneradores, el primero
de ellos, “nacer en democracia”, que redacta en positivo curiosamente, para nada es garantía de carecer del resto de
requisitos, que redacta en negativo. Es más, supone un insulto y una
descalificación a millones de ciudadanos, mayores que él, que están orgullosos
de tener mochilas llenas de actuaciones positivas, frente a quienes por no
tener nada, ni siquiera tienen mochilas que ofertar como reclamo de confianza a
la ciudadanía.
Rivera,
por tanto, con su garrafal metedura de pata, perjudica seriamente a Ciudadanos,
el partido que dirige y al que, según las encuestas, muchos ciudadanos, incluso
nacidos durante la dictadura, ven como instrumento de regeneración democrática
de cara al futuro, al estar desencantados de los clásicos partidos, PP y PSOE,
a los que votaron y en los que, seguramente participaron, anteriormente. Y
perjudica, concretamente, a quienes, nacidos en la dictadura, figuran hoy en
las listas de Ciudadanos como candidatos. Si lo que quiso manifestar Rivera en
su desafortunada declaración era la necesidad de que los jóvenes, como él
mismo, se comprometan en la política y en los necesarios proyectos de
regeneración democrática, era innecesario y contraproducente descalificar a
los mayores, muchos de ellos favorables a dicha regeneración y dispuestos a aportar
toda su experiencia acumulada para conseguirla. Cuando se trata de sumar en
favor de un objetivo loable, descalificar por cualquier motivo (y menos por
razón de edad) a quienes están dispuestos a comprometerse en el mismo, como
hicieron a lo largo de su vida, es, no sólo una metedura de pata, sino una
torpeza de consecuencias incalculables. Y Rivera, por el bien de sus propios
compañeros y de él mismo, debiera, al margen de matizar lo que en realidad
quiso decir, pedir perdón a esa parte de la ciudadanía que gratuitamente
descalifica para regenerar la democracia. Gracias a ellos, entre otras cosas,
él, como muchos otros, es libre, que, según él mismo, es de lo que se trata,
pero sin olvidar que los primeros “libres” o al menos los que más mérito tienen
son precisamente quienes en momentos muy difíciles apostaron por la libertad y
no cejaron en su empeño hasta conseguirla; ahora él, como tantos otros jóvenes,
sólo tienen que luchar porque no se pierda y descalificar a quien esté
dispuesto a arrimar el hombro en el empeño es, como mínimo, irresponsable.
Fdo. Jorge Cremades Sena
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