Nada
que objetar a la magistral puesta en escena del acto de presentación de Pedro
Sánchez como candidato socialista a la Presidencia del Gobierno tras su proclamación
por el PSOE sin primarias al no obtener ninguno de sus contrincantes los avales
necesarios. Imagen de unidad en torno a un líder con todos los barones
presentes, recientemente aupados a gobiernos autonómicos gracias a los pactos
postelectorales, que no a sus éxitos en los comicios; imagen de hombre de
Estado en torno a una gigantesca bandera española proyectada en el escenario,
insólito en actos de partidos de izquierdas, como símbolo común de todos los
españoles; e imagen de sensatez, prudencia y elegancia en un evento al estilo
norteamericano (más propio de campañas de Jefatura de Estado que de Presidencia
de Gobierno), con esposa incluida en el escenario y familia en lugar
preferente, cuyos organizadores no han dejado al azar el más mínimo detalle ni
en el vestir, ni en la gesticulación, ni en el mensaje, ni en la ambientación,
obteniendo sin duda un sobresaliente alto por su trabajo. Gracias a ello, por
un instante, hemos percibido, sin lugar a dudas, la imagen de un futuro
Presidente de Gobierno (o incluso Jefe de Estado, ¿quién sabe?), que pone, como
debe ser, la unidad de España, simbolizada en la bandera democráticamente
establecida, y la legalidad democrática muy por encima de los legítimos
intereses ideológicos para, según sus palabras, “liderar el cambio valiente y
coherente” que España necesita; un “cambio moderado” frente a la realidad
actual y frente al cambio radical que ofrecen algunas de las fuerzas
emergentes, como Podemos, electoralmente pisándole los talones. Al final, Sánchez
y el PSOE se dan cuenta de que dejar todo el espectro del centro y la derecha
al PP puede ser muy perjudicial para sus intereses y el de los españoles, que
radicalizarse para competir exclusivamente por el voto escorado a su izquierda
puede ser un suicidio, y que justo en el centro-izquierda (es decir, en la socialdemocracia)
es donde el PSOE encontró (y debe encontrar) el espacio idóneo para
protagonizar los mejores momentos de gloria de toda su historia. Bienvenida sea
pues esta proclama de moderación e identidad progresista propia, que
caracterizó al partido en los años ochenta y que jamás debió perder metiéndose
en aventuras que no son las suyas.
Sin
embargo es una pena que semejante apuesta, tan estabilizadora y positiva, se
haga tras perder estrepitosamente las elecciones locales y autonómicas,
maquilladas después con pactos anti-natura, que hoy conducen a Pedro Sánchez a
una encrucijada de difícil salida. Es un futurible aventurar qué hubiese pasado
si este giro rotundo se hubiese dado antes de los pasados comicios; y, hoy por
hoy, es una incógnita el precio a pagar por el PSOE por las cotas de poder
conseguidas o entregadas a otros, incluso siendo innecesario como en Barcelona,
con el pretexto o único argumento de arrebatarle el gobierno a la derecha a
pesar de ser la fuerza más votada por los ciudadanos; una estrategia endiablada
frentista y en negativo que le puede abocar a la incoherencia y al descrédito.
Lo cierto es que el cambio “coherente” y “moderado” que ahora proclama Sánchez,
se contradice con tener y mantener como socios en ayuntamientos y comunidades
autónomas a personajes que, investidos de autoridad gubernamental con los votos
socialistas, se dedican a pisotear, ultrajar y vejar los símbolos del Estado
(bandera, himno, retratos del Jefe de Estado…) o saltarse la legalidad cuando
les viene en gana e incluso anunciarlo (“no acataremos las leyes que
consideremos injustas”, chirría en nuestros tímpanos), utilizando incluso el
cargo para ponerse al frente de quienes pretenden impedir por la fuerza la
ejecución de órdenes judiciales en vez de dejar cumplir con su obligación a la
autoridad pertinente enviada para ejecutarlas (la imagen de concejales
encadenados frente a policías enviados a realizar un desahucio nubla nuestras
retinas).
Y
en esta encrucijada innecesaria Sánchez está obligado a decidir cuanto antes
qué camino va a tomar de cara a las generales. Todos, comenzando por sus
socios, cargados de argumentos, irán al degüello contra su doble incoherencia:
por un lado, incumpliendo su promesa electoral de no pactar con populismos
radicales antisistema y, por otro, convertidos en socios, renegando de ellos
para ofrecerse como el líder moderado y progresista que España necesita. Su
“socio” Errejón se ha apresurado advirtiéndole que ambas cosas a la vez son
imposibles. Me temo que para hacer creíble su liderazgo de cambio “moderado”,
“valiente y coherente”, se requiere, además del valor de reconocer el disgusto
por algunas cosas que hacen sus socios radicales, la valentía necesaria de
exigirles comportamientos adecuados a su proclamada moderación para seguir
apoyándoles, o de desestimar sus exigencias extremas cuando ellos les apoyan,
incluso, si fuera necesario, a riesgo de romper sus acuerdos de investidura.
Fdo. Jorge Cremades Sena
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