La
situación crítica de Grecia es una obviedad incuestionable. Tan incuestionable
como que desde que el populista Syriza llegó al poder a primeros de año ni un
solo dato ha mejorado con la gestión del irresponsable gobierno de Tsipras,
salvo su nivel “in crescendo” de demagogia e incoherencia, avalada por el resto
de populismos en los países vecinos, incapaces todos ellos de reconocer, desde
la oposición, que con la demagogia no se pueden resolver los problemas de los
ciudadanos, pues sólo sirve, en todo caso, para ganar elecciones, dejando
después tirados a tus propios votantes y en la ruina más absoluta a todos los
ciudadanos. Cierto que Grecia con los gobiernos precedentes no estaba como para
tirar cohetes, como sucedía en Portugal, Irlanda y España, entre otros países,
pero no menos cierto que era impensable entonces su actual situación de
“corralito”, que los países citados sí lograron evitar. Es otra realidad
incuestionable. Lo ocurrido es fácil de entender, pues, justo cuando Grecia
volvía a emitir deuda con una enorme demanda allá por abril del año pasado,
justo cuando, como los demás países, hacía grandes sacrificios para salir del agujero,
alentados los griegos por los populistas contra los nuevos recortes, incendian
las calles de Atenas a final de año y debilitan al gobierno que ha de adelantar
las elecciones en circunstancias muy favorables para las recetas mágicas (en
definitiva, para la demagogia); y obviamente, gana Syriza, que con el bono de
recompensa del sistema electoral griego (50 escaños más como lista más votada)
y el impagable apoyo de la derecha nacionalista, permite a Tsipras formar un
gobierno con clara tendencia populista, antisistema y antieuropeísta, según su
oferta en la campaña electoral. Varufakis, nombrado después ministro (y ahora
relevado, como imagen para seguir negociando con la UE), ya decía a mediados de
enero que “Si Syriza gana no pagaremos la deuda hasta que Grecia crezca” y
aseguraba que detrás de Grecia iría España (Pablo Iglesias visitaba eufórico
Atenas para sumarse a la orgia demagógica de su homólogo Tsipras),
generando de forma insólita una alarma
sin precedentes en la UE. Y, para colmo, a quienes advertían del peligro real
que semejantes políticas acarrearían a los griegos les tachaban de fascistas y
a sus advertencias de amenazas.
Tras
la demagogia electoral, la chulería demagógica gubernamental, cuando, lo
pertinente era entonar un “mea culpa”, rectificar, reconociendo que lo
prometido, tan demagógicamente, no es deuda, sino que la deuda es la que tiene
Grecia con sus propios socios (entre ellos España) y que no se les puede decir
unilateralmente que no se les va a pagar o que, en el mejor de los supuestos,
se pagará cuándo y cómo decida el gobierno griego, corresponsable, como todos
los gobiernos decentes, de los compromisos adquiridos por los gobiernos
precedentes por un mero principio de seguridad jurídica. Y menos aún se les
puede decir eso a los socios, ni mantener semejante demagogia con ellos, si
además les pides más dinero prestado para salir de la más absoluta ruina… y
menos todavía, cuando ellos están haciendo grandes sacrificios para evitar
precisamente semejante situación. Si además les tratas de represores y
enemigos, cuando te han rescatado ya dos veces, mientras les ruegas un tercer
rescate, sin querer asumir los compromisos del segundo, la demagogia se eleva a
la enésima potencia adobada con el cinismo más repugnante. Y prefiero ahorrarme
el calificativo, si además utilizas a tu propio pueblo, metido en un callejón
sin salida, como aval de refrendo para tus propias irresponsabilidades o como
tapadera para justificarlas, apelando demagógicamente a la auténtica
democracia, como si no fueran gobernantes democráticos los que actúan
responsablemente con el mandato de sus respectivos ciudadanos.
Si
el antieuropeista Tsipras, como otros tantos en sus respectivos países, no
quiere seguir perteneciendo a la UE o a la Eurozona, tiene todo el derecho a
plantearlo, pero sin demagogia; si además quiere irse del club sin pagar las
deudas contraídas, es su problema… Pero así de claro es cómo debe decírselo a
los griegos, mostrándoles las
consecuencias de tamaña decisión. Sería totalmente democrático que los griegos
decidieran en referéndum su propio destino, pero, siendo Grecia una parte de la
UE, mientras pertenezcan al club, no pueden decidir por los demás socios (no
sería democrático), sobre todo cuando lo que defienden es cumplir los requisitos
que entre todos se han dado y los compromisos que han contraído.
Que “no habrá ayudas
si Atenas no cumple”, que “ignorar los pactos no es el camino correcto” y
tantas otras declaraciones por el estilo, sólo desde la demagogia pueden
catalogarse como “estrategia del miedo”. Lo que da realmente miedo es decir,
desde la pobreza y la dependencia, “no reconocemos a la Troika”, que, en
definitiva, te presta el dinero, o engañar a los griegos diciéndoles que el
país “abandona la austeridad”, salvo que se añada que es para dar paso a la más
absoluta miseria, como la del “corralito”…. Y, entretanto, a seguir pidiendo.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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