Se
confunde Ada Colau cuando afirma “aparentemente tengo más poder que nunca y en
cierto sentido me siento más impotente” ya que, no aparentemente sino
realmente, tiene más poder que nunca como alcaldesa de Barcelona y, por tanto,
más capacidad o potencia para resolver asuntos de su competencia. Cuestión
distinta es que se sienta frustrada al constatar que en democracia el poder no
es absoluto ni arbitrario y, por tanto, no puede hacer lo que le venga en gana.
Así pues, salvo que la alcaldesa esté pensando en otro modelo de gobierno y
sólo exprese un lamento, su confusión original es equiparar impotencia con responsabilidad,
lo que supone un verdadero avance desde su irresponsable trayectoria anterior
como licenciada en escraches, movidas callejeras, insultos y todo tipo de
improperios a quienes, como ella ahora, tenían la responsabilidad de gobernar.
No se trata pues de a más poder, más impotencia, sino de a más poder, más
responsabilidad, lo que, aunque prefiera decir (y ella sabrá por qué) que se
siente más impotente en vez de más responsable, ella misma reconoce cuando
justifica su imposibilidad de resolver y ayudar a los casos individuales,
alegando que estaría ejerciendo “clientelismo o tráfico de influencias”. ¿Y no
es lo que les sucedía a quienes ella exigía demagógicamente solucionar
inmediatamente todos los problemas individuales y colectivos de todos y cada
uno de los ciudadanos? Salvo que añadamos que aquellos lo hacían desde su
maliciosa condición genético-política al ser la “casta” y ella lo hace desde su
bondadosa condición al ser el “pueblo”, no hay diferencia en el resultado. Ya
ven, tan sutiles diferencias hacen que las apariencias engañen, pero, en todo
caso, bienvenida sea Ada Colau, aunque lo haga a regañadientes, al realismo
político desde su anterior populismo demagógico. Para algunos, siempre quedará
el contraste entre su profundo dolor y el inmenso placer de sus antecesores por
no poder resolver, como ella cuenta, la miserable pensión de la anciana que le
lloró en la calle o conceder un empleo para el padre en paro del colegio de su
hijo, dispuesto a trabajar en lo que sea, o para el marido de su amiga,
camionero, que le pidió colocarle conduciendo un camión de basura. En fin, todo
sigue igual, sólo es cuestión de sentimientos buenos o malos de unos u otros.
Precisamente,
como el resto de sus colegas ideológicos en otros municipios, Ada Colau se siente
mucho menos impotente a la hora de colocar a su pareja a través del partido
para asesorarla o a la hora de contratar a dedo a la pareja de su “número dos”
sin pasar un proceso de selección, provocando que el PP la critique por
“enchufismo” y Ciutadans por “nepotismo descarado”, una de las lacras que Ada
Colau prometió erradicar tras abandonar el activismo e iniciar su carrera
política. No obstante, en su descarga, hay que decir que dichas prácticas
nepotistas forman parte, por lo visto, de la mayoría de los gobiernos
municipales populistas, destacando especialmente Carmena en Madrid con el
fichaje del marido de su sobrina o Kichi en Cádiz con el fichaje como asesores
de cuatro miembros de su partido. Un aterrizaje en la política de la “casta”
por parejas, familias, amiguetes o compañeros de partido que, como las
apariencias engañan, nada tiene que ver con los casos de perverso enchufismo de
los partidos tradicionales, pues seguramente obedece al objetivo político de
defender a las familias y nada mejor que comenzar con las propias ya que hay
que predicar con el ejemplo. De los esencialmente buenos no se puede esperar
mácula alguna pues todas quedan reservadas para los malos.
Es
lógico pues que el diputado autonómico de Podemos en Baleares, Carlos Saura,
critique con dureza algunos nombramientos del Govern balear (Més-PSIB-PSOE),
del que no forma parte Podemos aunque lo apoya externamente, ya que, según él,
“estamos dando la imagen de que los partidos son agencias de colocación”.
Claro, así lo parece con el nombramiento como asesor de la Consellería de Salud
de un joven de 20 años sin estudios superiores ni experiencia, con el del hijo
del Vicepresidente primero del Parlament en la Consellería de Trabajo o la
designación de la pareja de la Consellera de Salud como director gerente del
Servicio de Salut, departamentos a cargo de los socialistas. Ya ven que la
diferencia con lo que pasa en Madrid, Barcelona o Cádiz es sustancial: en
Baleares son los perversos socialistas y no los bondadosos populistas quienes
incurren en similar aberración. Por eso, Saura nada dice de Colau, Carmena o
Kichi pues en Barcelona, Madrid o Cádiz, respectivamente, su partido, volcado
en favorecer la política familiar y el bienestar de las familias, jamás puede
parecer “agencias de colocación”, estigma exclusivo y reservado a los
tradicionales y perversos partidos políticos de la “casta”. Por tanto, ¿las
apariencias engañan o engañan ellos? Esa
es la cuestión
Fdo. Jorge
Cremades Sena
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