Coincidiendo
con la disolución de las Cortes Españolas y la pertinente convocatoria de
Elecciones Generales para el 20-D, se constituye el Parlament de Cataluña con
el que se inicia la undécima legislatura autonómica catalana desde la
recuperación de la democracia. Un Parlament que, a diferencia de los
anteriores, se convierte desde el inicio en una intolerable farsa que puede
acarrear consecuencias muy graves para todos los españoles y, en especial, para
los catalanes. De entrada, para presidirlo los independentistas optan por el
perfil más inadecuado, el de Carme Forcadell, que hace gala de su radical
parcialidad independentista en su discurso tras su elección, cuando se supone
que la presidencia de una Cámara Legislativa, en cualquier democracia del
mundo, ha de regirse por la tolerancia a la pluralidad ideológica de sus
componentes, el respeto a la ley democráticamente establecida y la
imparcialidad más absoluta a la hora de dirigir los debates. Pues bien,
Forcadell, elegida con 77 votos a favor (62 de Junts pel Sí, 10 de la CUP, que hubiese
sido suficiente, y 5 de Catalunya sí que es Pot, que demuestra las verdaderas
intenciones de Podemos) y 57 en blanco (no se puede votar en contra), se
permite, sin estar facultada legalmente ni ser elegida para ello, dar por
zanjado el “Parlamento regional”, que es a lo que se ha presentado como el
resto de diputados catalanes, y abogar por la secesión sin ningún tipo de
contemplaciones ni de respeto a más de la mitad de los catalanes que apostaron
en las elecciones por candidaturas no independentistas y a sus representantes
políticos presentes en el Parlament asegurando que “con esta undécima
legislatura del Parlament también cerramos la etapa autonómica; protagonizamos
un momento fundacional: de un Parlament regional de competencias limitadas,
recortadas y recurridas a un Parlament nacional con plenas atribuciones” y
concluye “¡viva la democracia, viva el pueblo soberano y viva la república
catalana!”. Es difícil para cualquier demócrata no reaccionar ante semejante
declaración totalitaria, atropello a los derechos ciudadanos, usurpación de
competencias y, en definitiva, ante semejante atentado contra el Estado de
Derecho.
¿Quién
ha otorgado competencias a Forcadell y los suyos para liquidar y transformar
por arte de magia el Parlament autonómico catalán y convertirlo en Parlament
nacional de una inexistente República Catalana independiente con plenas
atribuciones? ¿Qué legitimidad democrática tienen cuando libremente se han
presentado y han sido elegidos como legisladores autonómicos en el ámbito de
las competencias que les otorga la legalidad democrática, la misma que les
legitima para detentar la autoridad que ahora tienen pero no otra? ¿A qué
democracia vitorean si disfrutando de ella pretenden liquidarla y sustituirla a
su antojo por el régimen que les viene en gana? ¿A qué pueblo soberano se
refieren cuando pretenden ultrajarlo y acabar su soberanía sabiendo que reside
en el pueblo español? ¿Y a que imaginaria República Catalana vitorean cuando
pretenden crearla bajo las premisas del más puro totalitarismo fascista o
marxista? Estas preguntas, y no otras, son las que Forcadell y los suyos
debieran responder, sin tapujos ni mentiras, al pueblo español, incluido el
catalán, en vez de hacer gala de conceptos abstractos como “democracia”,
“derecho a decidir”, “soberanía”, “libertad” y otros tantos por el estilo que
están sobradamente acotados y concretados no sólo por la legalidad, nacional e
internacional, sino también por el mero sentido común y la razón, aunque sólo
sea como garantías de convivencia en paz y libertad, que en ningún caso puede
ser ilimitada ni ejercida al libre albedrío, tal como pretenden los
independentistas catalanes.
Ni
los independentistas catalanes están legitimados para poner en marcha el
proceso de secesión, tal como pretende Forcadell en vez de ceñirse a ejercer el
cometido institucional que se le ha encomendado legalmente, ni los catalanes no
independentistas merecen tal afrenta totalitaria, ni el resto del pueblo
español puede quedarse de brazos cruzados ante tamaños atropellos. De brazos
cruzados se quedaron muchos pueblos ante los atropellos totalitarios de Hitler
y cuando quisieron reaccionar ya saben lo que pasó. En aquellos momentos los
liberticidas actuaban en nombre del nacionalismo y el socialismo (el
nacionalsocialismo, de trágico recuerdo), así como en otros lares en nombre del
pueblo y la democracia popular (el estalinismo, de idéntico recuerdo), para, en
definitiva, imponer mediante la fuerza y de forma unilateral su proyecto
totalitario dictatorial. Hoy los independentistas catalanes juegan a lo mismo
bajo el mantra de un “derecho a decidir” ilimitado que no existe y la
estrategia de un victimismo (como hacía Hitler) para justificar todo tipo de atropellos
a la ley democrática. Bien sabemos cómo acabaron aquellos experimentos, pero
falta saber cómo acabarán estos, aunque la intolerable farsa de la constitución
del nuevo Parlament de Cataluña presagia un final traumático, pues, ya ven, lo
que mal empieza mal acaba y esta legislatura autonómica, finiquitada como tal
por Forcadell, no ha empezado mal, sino peor.
Fdo. Jorge Cremades
Sena
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