En
los momentos difíciles que atraviesa Europa, amenazada por el yihadismo y en
plena crisis inmigratoria e identitaria, conviene reflexionar sobre la guerra
en que está inmersa Francia tras los últimos ataques terroristas, que no los
únicos, pues algunos grupos sociales y políticos buscan aprovecharla electoralmente
movilizando irresponsablemente a gentes de buena fe con proclamas demagógicas y
maniqueas erigiéndose en recalcitrantes pacifistas, es decir, en los buenos,
frente a quienes ejercen el natural y legítimo derecho a defenderse, a los que
presentan como recalcitrantes belicistas, es decir, como los malos, cuando la
realidad es que los malos, los perversos, son quienes, armados hasta las
trancas, arremeten adrede y de forma directa contra poblaciones civiles
indefensas en sus propios territorios o en los ajenos, provocando crueles
matanzas colectivas, sin ofrecerles ninguna alternativa concreta de defensa
inmediata ante semejante barbarie, sino meras reflexiones filosóficas sobre
genéricos principios de lo que debiera ser, pero no es, la condición humana, lo
que, en definitiva, favorece a los verdaderos recalcitrantes violentos, que son
quienes actúan de forma tan sanguinaria e intolerable. La realidad es que,
lamentablemente, la violencia y la guerra existen desde que el hombre es un ser
socialmente organizado, en términos científicos, o desde que Caín mató a Abel,
en términos bíblicos, y pretender acabar con semejante cruel realidad humana a
través de proclamas callejeras con la patente pacifista genérica de un “no a la
guerra” es, como mínimo, una ingenuidad irresponsable que, en definitiva,
favorece a los contendientes más perversos y crueles. La realidad es que en
todas las guerras que en el mundo han sido, al margen de vencedores y vencidos,
poner equidistancia entre los contendientes es un garrafal error o un perverso
proceder intencionado pues ni los objetivos, ni los principios, ni los niveles
de crueldad de los contendientes son equidistantes, siempre unos son mejores y
más humanos que otros. Y en esta concreta guerra de Francia, que es, o debiera
ser, de Europa, de todos los Estados democráticos y también de todos los
islamistas moderados, sus principales víctimas, no se requiere mucho esfuerzo
mental para discernir a favor de quien hay que romper la equidistancia.
Además,
la legítima defensa es un principio básico de la condición humana desde que el
mundo es mundo y presentar en el mismo plano de igualdad a quien la ejerce
incluso mediante la fuerza de las armas y a quien agrede con ellas de forma
violenta e indiscriminada, sin ajustarse a ningún principio normativo, ni
legalidad internacional establecida para situaciones bélicas como principios
básicos de humanidad, sino todo lo contrario, exhibiendo incluso los mayores
grados de crueldad humana como argumento ejemplarizante para imponer un régimen
de terror, es una majadería. Y algo incluso peor, si cabe, definir el ejercicio
del derecho de defensa, como es el caso, como un acto de venganza. Pero si además
se trata de auxiliar a un pueblo amigo y socio en la UE para compartir lo bueno
y lo malo, y para defender solidariamente, frente al enemigo común, los mismos
valores compartidos, que han consolidado el espacio de mayor libertad, igualdad
y convivencia pacífica del Planeta, simplemente mirar hacia otro lado se
convierte en un acto repudiable de insolidaridad, egoísmo y cobardía. Ni la
paz, ni la libertad, ni la igualdad surgen por generación espontánea y a la
vieja Europa le ha costado sangre, sudor y lágrimas conseguirlas. Demasiados
sacrificios como para permitir que ahora nos las arrebaten impunemente. No es
cuestión de venganza, sino de justicia; justicia con los pueblos que hoy luchan
por liberarse de los totalitarismos y justicia con las generaciones venideras que
tienen todo el derecho a recibir intacto todo el legado que fueron capaces de
conseguir sus mayores, es decir, nuestros antepasados y nosotros mismos.
Por
todo ello y por muchas más razones, que no caben en este espacio, es rechazable,
como mínimo, la reciente concentración (por cierto, poco numerosa) en repulsa “al
terrorismo, el odio y sus guerras”, que, genéricamente, todos podríamos
compartir, pero que, enmarcada en el manifiesto “No en nuestro nombre”, lo que
busca es generar una oposición radical a la probable intervención de España,
como ya están haciendo otros países, en la guerra contra el IS en Siria,
diluyendo las razones que avalan la intervención en esta guerra en el océano de
perversidades de todas las guerras presentes, pasadas y futuras, con el claro
objetivo de arremeter contra el gobierno democrático establecido, para obtener
supuestas ventajas electorales, tal como demuestran los voceríos: “No a la
guerra, bases fuera”, “Que vaya a luchar el Partido Popular” o “Mariano,
Rivera, iros a la guerra”. Sospechosamente, ni un reproche a partidos de
izquierdas que, tanto en España como en Europa, apoyan la intervención. Es lo
de siempre, la misma leña al mismo mono desde las mismas orejeras ideológicas.
Eso sí, soluciones al problemón, ninguna.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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