viernes, 2 de septiembre de 2016

FRUSTRACIÓN



                        Ya no sé si es mejor o peor que debates políticos, como el que acaba de finalizar sobre la investidura, no sean seguidos en directo por muchas personas que, a lo sumo, más bien se quedan luego con las versiones, siempre subjetivas, que emiten posteriormente los medios de comunicación, en especial los televisivos o radiofónicos, adobados debidamente por analistas y tertulianos, conocidos ya por la audiencia por sus sobradas mochilas de parcialidad partidaria. Y no lo sé porque quien haya tenido la paciencia de seguir en directo la larga sesión de investidura de principio a fin, desde el discurso del candidato hasta el inicio de la votación, inevitablemente ha debido de tener un sentimiento de frustración, como me sucede a mí, salvo que, poniendo sus intereses militantes o de alineamiento ideológico, se haya conformado con el mayor o menor acierto puntual de la intervención de su respectivo líder político preferido que, en términos generales, tampoco han sido como para tirar cohetes de alegría. Y ya no me refiero a la inevitable frustración porque por segunda vez consecutiva nuestros parlamentarios hayan hecho gala de su incapacidad supina para investir a un Presidente de Gobierno, que también, sino además porque, visto lo visto, vista la altura de miras de los mismos y vista la consistencia de sus argumentos, me temo que esto no tiene arreglo y que, si los españoles no tomamos la decisión de dar un claro vuelco electoral en el sentido que sea en las cada vez más probables elecciones navideñas, tampoco lo tendrá después de las mismas. Un Parlamento atomizado, como el nuestro, sólo es eficaz y útil si los respectivos grupos parlamentarios, si sus líderes, son capaces de dialogar, de buscar acuerdos, de negociar, de ceder proporcionalmente a su resultado electoral en sus postulados programáticos, de consensuar propuestas que mejoren la situación actual, en definitiva, de buscar solución a los problemas en vez de convertirse en un problema para las soluciones como se ha puesto en evidencia en este debate de investidura. Y, a la vista está, hoy son el problema para resolver la solución de la gobernabilidad de España, uno de los asuntos esenciales en cualquier Estado.
            En efecto, salvo el discurso inicial del candidato Rajoy, centrando el objetivo de la sesión parlamentaria, exponiendo las razones que le avalaban para presentar su candidatura y ofertando su pacto programático con CC y Ciudadanos, que recogía buena parte de lo acordado por Sánchez y Rivera de cara a la fallida investidura anterior del socialista, nada más iniciarse el debate con la intervención de Sánchez, ácida y genérica en contraste con la de Rajoy en su discurso, el debate se transmutó en una especie de ajuste de cuentas sobre la gestión gubernamental pasada, cuando de lo que se trataba era de consensuar un plan de gobernabilidad futuro para beneficio de la mayoría de los españoles. Y ahí se finiquitó el debate de investidura. La contundente respuesta de Rajoy a Sánchez, no eludiendo el cara a cara que le imponía el socialista, y el rechazo inmisericorde de éste a cualquier acuerdo o diálogo con el candidato popular (ya lo había considerado como “prescindible”, como si el diálogo no fuera esencial en democracia y, por tanto, imprescindible), para dejarle gobernar, sin ofertar alternativa alguna, aclaraba el predecible recorrido del resto de intervinientes, pues, salvo la intervención de la portavoz de CC y del portavoz de Ciudadanos (por cierto, la de Rivera como la más acertada, razonada, responsable y ajustada al motivo de lo que se debatía), que apoyaban la investidura, todos los demás (Unidos Podemos, ERC, PNV, Bildu y el Grupo Mixto, incluido CDC), como se preveía, hicieron gala de sus demagógicos planteamientos genéricos, incluso antidemocráticos, que sólo sirvieron para el lucimiento del candidato Rajoy en sus ingeniosas e irónicas respuestas, demostrando estar a años luz de tan impresentables contendientes.
            Frustración preocupante, pues, con semejantes mimbres, es imposible hacer el cesto de la gobernabilidad, por lo que, o se emprende el reto de una reforma electoral, como en otros países de nuestro entorno, tendente a una mayor garantía de conformar mayorías parlamentarias o se cambian radicalmente los irresponsables liderazgos políticos de nuestros partidos. Me temo que lo primero es más fácil que lo segundo, pues cambiar los liderazgos correspondería a los militantes de cada partido, cuyas élites se encargan de perpetuarse internamente para mantener sus privilegios particulares sin importarles que se hunda el propio partido, y, menos aún, el interés general de los españoles. Sin embargo lo primero sólo depende de que otros partidos se sumen a la propuesta de reforma electoral incluida, como tantas otras, en el rechazado pacto de investidura, para consensuar una reforma electoral más garante de la gobernabilidad de España, salvo que nos guste más seguir convocando elecciones hasta que alguien consiga la mayoría absoluta. Así, ya ven, no podemos seguir.        
                                   Fdo. Jorge Cremades Sena

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